El nuevo curso político que arranca estos días tras el paréntesis vacacional está caracterizado por una alta incertidumbre ante la inestable situación internacional que amenaza con una dura crisis económica en un escenario preelectoral en el Estado español que augura muy escasas posibilidades de acercamiento y acuerdo entre los grandes partidos. Todos los indicadores y la lectura más plausible del desarrollo de la guerra en Ucrania y las estrategias que lleva a cabo Vladímir Putin, en especial su utilización del suministro de gas como arma de guerra, en represalia por el apoyo de Europa a Kiev hacen prever un invierno especialmente complicado tanto por la escasez de energía como por el alto precio de su adquisición y su impacto directo e indirecto en una inflación ya desbocada a nivel global. La advertencia lanzada el pasado viernes por la Reserva Federal de Estados Unidos de que tanto las empresas como los hogares tendrán que soportar “algo de dolor” en la lucha contra la inflación revela la crudeza de la situación a la que nos enfrentamos. Es en momentos difíciles de crisis en los que la ciudadanía se ve especialmente afectada –en especial, las familias más vulnerables– en los que la política adquiere la obligación de estar al servicio de las personas y de las empresas con decisiones y medidas acordes y eficaces. Y no solo paliativas. Ello requiere el concurso y la ayuda de todos. El Estado español, sin embargo, acumula varias legislaturas de estrategia de bloques y de radical confrontación y alejamiento entre PSOE y PP que impiden cualquier atisbo de diálogo y acuerdo constructivo. Las elecciones municipales y, en algunos casos, autonómicas que se celebrarán en mayo no son el escenario ideal para un acercamiento, aunque la situación lo requeriría. Los discursos de ambas formaciones, plagados no ya de críticas sino de acusaciones e insultos, están alimentando este distanciamiento estéril y echan por tierra los pretendidos llamamientos a la unidad de los socialistas y a la moderación de los populares tras la llegada de Alberto Núñez Feijóo. El Gobierno debe abrirse al diálogo, sobre todo con sus socios y aliados de investidura, pero también con el PP que debe estar de una vez a la altura, y a la cogobernanza, más allá de las intenciones de Pedro Sánchez de cara al final de la legislatura. El duro curso que se avecina debería abrir la oportunidad para el trabajo conjunto por el bien común.