Asistió la reina Letizia a una jornada organizada por la Asociación Española contra el Cáncer en Lérida. Intervenía el doctor Carlos López-Otín, eminente catedrático de bioquímica y biología molecular, que ha publicado numerosas investigaciones sobre la relación entre la genética y los tumores. En un momento dado, la reina le pregunta marisabidilla: “Solamente querría saber por qué hay tanta resistencia entre la medicina tradicional, ortodoxa, entre los oncólogos, a la medicina integrativa”. Según Su Majestad, esta modalidad ha sido mencionada por el Parlamento Europeo en un documento sobre la estrategia de la Unión frente al cáncer. Tratemos de entender lo dicho por la consorte. La llamada medicina integrativa –malo es, de entrada, ponerle adjetivos tramposos a la medicina– es una manera de “combinar la medicina de base científica con las llamadas terapias alternativas”, según Wikipedia. Ahí se menciona que esta modalidad descarta el uso de métodos que se califican como “invasivos”, tanto en diagnóstico como en tratamiento, sustituyéndolos por técnicas como la biorresonancia, la homotoxicología, la nutrición integrativa y ortomolecular, la terapia neural, la acupuntura o la terapia floral. Otras fuentes también mencionan intervenciones como la acupuntura, la aromaterapia, la meditación y el masaje. Ninguno de estos métodos ha demostrado jamás que sirva lo más mínimo para evitar la progresión del cáncer. Si acaso, pueden ayudar a que en el paciente opere un cierto efecto placebo, seguramente a costa de que un embaucador le esté estafando cualquier cantidad por proporcionarle consejos o instrumentos que de nada sirven. En el caso del cáncer, además, los pacientes suelen experimentar vivencias y conflictos emocionales que les inducen a considerar, con entendible credulidad, cualquier opción que les proponga un charlatán. Que el Parlamento Europeo haya mencionado en un documento a la medicina integrativa es la enésima demostración de que cualquier sandez puede ser auspiciada por la política: basta que un iluminado la proponga y cientos de ignorantes la aprueben, mucho más si lleva el bonito adjetivo de “integrativo”. La ciencia no es democrática, sino basada en lo que se ha podido demostrar mediante la observación y el análisis sistemático. Por fortuna, a los pacientes no se les trata conforme dictan los parlamentos, sino de acuerdo con el mejor conocimiento empírico disponible y en un modelo de confianza y de decisiones compartidas con un profesional. Obsérvese además que Letizia no se limitó a preguntar la opinión del catedrático sobre el asunto, sino que le espetó en relación con una supuesta resistencia de lo que calificó como “medicina tradicional, ortodoxa”, a utilizarla. Tenemos a la monarquía autoconcediéndose el derecho a prejuzgar cómo se ejerce la medicina en nuestro país, qué se les hace y qué no a los pacientes, y a ofender el más básico sustento de la práctica médica, la consideración de la evidencia científica. Me pregunto si en las ocasiones en las que la reina acude a la medicina estética también la considera ortodoxa, y si sus recurrentes arreglillos son fruto de la cirugía científica o, por el contrario, de la biorresonancia y la terapia floral.

A Yolanda Díaz la palabra que más le entretiene últimamente no es “integrativo”, sino “topar”. Topar como presunto sinónimo de “poner un tope”, no de tropezar, que es lo que recoge con propiedad el diccionario de la Academia. “Quiero un acuerdo con las distribuidoras para topar los precios de alimentos básicos como el pan, la leche o los huevos”, dijo en la entrevista estelar con la que abrió temporada política. Lo que ha venido después en boca de los ministros es más propio de un espectáculo circense que de un equipo político. El de Agricultura aseverando que eso es cosa suya y no es partidario, la de Economía que es ilegal intervenir el régimen de precios, la de Hacienda hablando de que si acaso, se subirán los impuestos a las empresas de distribución, y el de Consumo callado en el modelo “dame pan y llámame tonto”. Yolanda, finalmente, nos cuenta que lo que en realidad quiere es convenir un régimen de precios limitados con las grandes superficies. Justo los establecimientos a los que en ocasiones se ha acusado de “dumping” (venta a pérdidas para captar la mayor cuota de mercado en detrimento del pequeño comercio de cercanía), en productos como, voilà, la leche, los huevos y el pan. El gobierno de la gente, como pollo sin cabeza y al albur de su propia incuria.