Mañana se cumple un mes desde que Asier Martínez se proclamara campeón de Europa de los 110 metros vallas en Munich, superando la medalla de plata lograda por el no menos fantástico Sergio Fernández en los 400 vallas del Europeo de 2016. Lo de Asier se puede calificar como el escalón más alto jamás ascendido por un atleta navarro, puesto que al margen de oro el valor de su marca es muy superior a la obtenida nunca por navarro o navarra, porque venía de haber ganado un mes antes nada menos que un bronce en el Campeonato del Mundo y porque su nivel de registros por debajo de los 13.30 segundos a lo largo de este año ha sido tan o más sublime que el simple hecho de que se obtengan medallas o no. A veces la medalla depende de si un rival hace una nula o la haces tú, de una lesión, de un leve traspié, de una milésima. En cambio, estar siempre ahí, en 13.30, en 13.25, en 13.20, en 13.17 en Eugene y en 13.14 en Munich solo está al alcance de los elegidos. Y para un atleta blanco –los atletas negros dominan la especialidad desde hace más de 40 años salvo alguna incursión china, rusa y alemana– de 22 años estar en ese abanico de marcas y ponerlas en el escaparate en los principales escenarios es, simplemente, casi único. Martínez firmó la marca número 55 de toda la historia la noche en que batió a Martinot Lagarde y la 10ª marca para un atleta blanco, con lo que estamos sin ningún género de duda ante un histórico de la especialidad, puesto que si el atletismo son medallas es o en igual medida tiempos, distancias y alturas. Ya dijo él mismo antes de la final que había sentido la presión de ser casi favorito por venir del bronce mundial y de tener la mejor marca. Y que lo había pasado mal. A partir de ahora hay que ayudarle a seguir pasándoselo bien. Llegarán días buenos y malos y habrá que estar en todos, para no convertirnos en políticos que se acercan para la foto.