Tampoco es para sorprenderse lo que ha ocurrido este domingo en Italia. La cabra ha vuelto a tirar al monte en una sociedad penetrada hasta la médula por unos medios de comunicación situados muy mayoritariamente a la derecha. No hace tantos años del último mandato de un ultra impresentable como Berlusconi y todavía menos de que el trumpista, xenófobo y euroescéptico Salvini ocupara la vicepresidencia del gobierno y su ministerio del Interior. Hace falta una buena lupa, casi un microscopio, para apreciar la distancia ideológica de esos dos sujetos con la postfascista Meloni por la que el electorado italiano acaba de apostar mayoritariamente en las elecciones de anteayer. De hecho, van a ser sus compañeros de cama en el próximo gobierno. La política interna de ese país es lo suficientemente complicada como para intentar entender todos los factores que han hecho posible el triunfo de la líder de Hermanos de Italia y su lema “Dios, patria, familia”. ¿A nadie le recuerda nada? Para lo que nos puede interesar, parece que no es ajeno a este hecho el hartazgo de buena parte de la población con las eternas querellas entre los miembros de la clase política tradicional y su necesidad de buscar líderes nuevos con otros estilos y discursos diferentes a los viejos clichés y la palabrería plana mil veces gastada. Paradójicamente, en esta ocasión, la novedad para muchos y muchas ha resultado ser el espectro millennial y travestido de Benito Mussolini. En todo caso, un nuevo revés europeo para una izquierda, desde la socialdemocracia al anticapitalismo, cada vez más perdida en su laberinto. Pero tranquilos, para estas horas algún listo en Roma habrá decretado ya la consabida alerta antifascista. La UE tiembla. Abascal y Putin, contentos. Pronto veremos si tenemos que poner nuestras barbas a remojar aquí también.