La comida vuelve a ocupar titulares. Capacidad económica y salud se cruzan en las noticias y el resultado no es alentador. Tampoco lo es el gasto de agua que supone cultivar aguacates o mangos o la cantidad de ingredientes prescindibles que ingerimos con los superprocesados, mucho más baratos que los alimentos frescos.

Con mucha mayor ambición, pero teniendo la alimentación en cuenta, Kate Raworth, economista e investigadora inglesa, propone un modelo económico con dos límites, la llamada economía del donut. Los dos círculos que definen al donut acotan el espacio en que la vida humana puede desarrollarse con justicia, lo que incluye comer bien. Superado el círculo interior, el horizonte es la pobreza, que en este ámbito supone tanto comer poco como comer mal. Superado el exterior, cualquier incursión amenaza la supervivencia global porque pone en peligro los recursos naturales, por ejemplo, importar cultivos económicamente rentables pero poco sostenibles. En este momento, nuestro modelo es una tarta sin hueco en el centro y en expansión, a punto de desbordar el molde. En su sencillez, el dibujo propone un cambio atractivo, básicamente que todas las personas vivamos bien y que el planeta no siga siendo esquilmado y cuestiona las tesis que plantean que solo el crecimiento sostenido (entendiendo por sostenido bastante descontrolado) es garantía de bienestar. No sé cómo lo verán.

Que la masa no se salga de sus límites requiere de grandes decisiones en esferas a las que usted y yo tenemos poco acceso. Pero en la revisión del papel del consumo en nuestras vidas concretas y en la definición de necesidad algo podremos hacer por nuestra cuenta.

Pensarán que las acciones individuales tienen poco peso. Yo también lo hago, pero he empezado el curso con un tono pesimista al que no quiero acostumbrarme y busco resquicios donde puedo.