Recomponer la historia familiar es mucho más que atesorar álbumes, árboles genealógicos y fechas. Necesitamos con el paso de los años recuperar los detalles de aquellos pasajes que fueron trascendentes en la vida de nuestros antepasados. Aprender su historia nos ayuda a entender mejor lo que somos; nuestros orígenes son parte de sus luchas, sus debilidades, sus elecciones, su legado... Esta semana he tenido la oportunidad de hablar con la amatxo de aquel negocio que con tanto esfuerzo y cariño montaron sus tías en el corazón de Pamplona en plena postguerra: la fonda Urrutia en la calle San Lorenzo (portales 9-11, hoy Bolsos Cebrián). No tengo fotos pero recuerdo con absoluta nitidez el ambiente de aquel restaurante- hostal donde se comía de primera, cocina de puchero, casera y más que abundante. A comienzos de los setenta íbamos a comer a diario, el cole estaba cerca y a ese local ya le quedaban muy pocos años abierto; le faltaba relevo. Se abrió en los años cuarenta y aquel pequeño negocio familiar tuvo el mérito de nacer como iniciativa de tres hermanas que abandonaron un pequeño pueblo del Valle de Erro, Mezkiritz. Ellas eran Josefa, Justa y Carmen. La hermana mayor, Ceferina, se casó en la casa paterna y la finca de labranza, y el resto decidieron emprender y explorar nuevos horizontes con al ayuda de Justo, el único hermano con estudios. Eran años de penurias, desabastecimiento y cartillas de racionamiento pero en el blog de las Memorias del Viejo Pamplona encuentro que ya por aquellos años había abiertos en la ciudad un importante número de establecimientos hosteleros (bares, tascas o tabernas, restaurantes, cafés o cafeterías y alojamientos (fondas y hoteles), la mayoría de ellos en el Casco Antiguo. Las Urrutia pronto se hicieron con una clientela fiel, gente trabajadora, empleados de fábrica que venía a comer el menú o que también se quedaban en la pensión. “A mis tías las llamaban las vascas porque hablaban en euskera. Justa salía recibir a los clientes franceses porque trabajó muchos años en un hotel de San Juan de Pied de Port aunque la relaciones públicas era Josefa, Pepita, que estuvo sirviendo en el Hotel Europa”. Recuerdo aquellas paelleras enormes a las que no faltaba ningún ingrediente y que se rascaban con cuchara de madera, las perolonas de sopa o las raciones de ajoarriero recién hecho. Mi madre les acompañaba de joven a comprar a ‘la Plaza’ en Santo Domingo o a por horcas gigantes de ajos en Recoletas. “Solíamos ir a la Cepa a por cambios, charlabas con la Jesusa... qué tiempos, nos conocíamos todos!”. Las calles Jarauta y San Lorenzo ya no son lo que fueron aunque hayan recuperado cierta vidilla en los últimos años. Hoy los desafíos de aquellas mujeres valientes nos inspiran. Como lo fue esa vida tan pegada a la calle y a sus gentes.