He descubierto que una de las mejores maneras de relajarme es ver vídeos de gente preparando comida callejera. Ya saben: tortitas, hamburguesas, pasta, creps, pasteles, arroz, lo que sea. Los que más me impresionan son los coreanos, que en lo que yo tardo en pelar una patata ya te han hecho un wok de arroz con todo a una velocidad de la hostia. Luego están los iraníes, que hacen unos helados usando barras inmensas de hielo que meten en cilindros metálicos que giran y a los que echan toda clase de caramelos y delicias. O los uzbekos, con sus panes pegados a las paredes del horno. O los turcos. O los pakistaníes. Bueno, hay miles de vídeos de muchos países con gente haciendo comida en la calle para que los occidentales podamos relajarnos mientras vemos los procesos. Cierto, esas comidas aquí en concreto supongo que estarían prohibidas, por aquello de la seguridad alimentaria y todo eso, pero allá –fuera de aquí– no parecen andarse con tantos miramientos, aunque los coreanos, por ejemplo, lo llevan todo perfectamente embolsado y plastificado y pulcro, tanto que quizá el producto final sea el que menos difiere del que te comerías aquí en un bar o un restaurante. En otros lugares, en cambio, la variedad de recipiente, formas, texturas, sistemas, colores, materiales y resultados es increíble, tanto que, por supuesto, cuando acabas de ver unos pocos de esos vídeos rápidos que se pueden ver en Facebook o Instagram o en el propio Youtube lo que tienes es un hambre de mil pares y, aunque menos, un cierto impulso de cocinar algo aunque sean tus platos planos y sosos de siempre pero con un poco de soja y alguna especia, hala, valentía. No sé, quizá luego hincas el diente al 90% de eso que has visto y no resulta agradable ningún sabor. O sí, a saber. El caso es que ver eso te confirma lo ancho y apetecible que es el mundo. Por lo menos en vídeo. ¡Me voy a por una cazuelica! ¡A lo loco!