Hace 418 años apareció en el cielo una estrella nueva y el astrónomo Kepler la observó cuidadosamente conforme pasaban las noches e iba disminuyendo su brillo. Se trataba de una supernova, una explosión que marcaba el final de una estrella muy masiva. Kepler narró sus observaciones en “De Stella nova in pede Serpentarii”, por la posición en donde observó el notable fenómeno. De hecho no se ha vuelto a poder observar a simple vista otra supernova en nuestra galaxia desde entonces. Este fin de semana se han reunido en Pamplona de la mano de Astronavarra y del Planetario muchas personas aficionadas a la astronomía de ambos lados de la frontera pirenaica. Sus observaciones, llenas de pasión por el descubrimiento, sirven también para avanzar la ciencia, cada vez más en colaboraciones donde conviven lo amateur y lo profesional. Es quizá el ejemplo más antiguo de ciencia ciudadana, algo que empezamos a entender como una herramienta fundamental y transformadora. La ciencia es algo demasiado importante para que descanse solamente en la responsabilidad de los científicos; necesita del apoyo, de la visión y de la enorme diversidad que aporten muchas personas, cuantas más, mejor. Así la ciencia se fijará en temas que nos afectan directamente, que nos sorprenden o preocupan incluso. Por eso cuando los planes de la ciencia escuchan a la ciudadanía, surge una ciencia mejor. Kepler era un aficionado y un científico. Muchas personas sueñan con encontrar una supernova o poder colaborar en una investigación observando cómo un pequeño cuerpo del sistema solar pasa por delante de cierta estrella, que servirá para una misión espacial que se va a acercar a ese asteroide. Suena como de película, pero pasa por aquí al lado, con gente amante de la ciencia, y es precioso.