No parece que el Brexit le haya sentado bien a las islas británicas. El Reino Unido salió de la Unión Europea en enero de 2020 y, tras casi tres años de soledad continental, ninguno de los supuestos beneficios que debía acarrear tal decisión se evidencian y, por el contrario, los problemas económicos, sociales y políticos se acumulan. El fiel reflejo de esta situación es la inestabilidad que vive el Parlamento británico y las continuas mudanzas en el 10 de Downing Street, la residencia del Primer Ministro. Cuatro premieres han perdido el cargo en este tiempo, todos ellos Conservadores, el partido protagonista principal del caos aislacionista. David Cameron, el que planteó el referéndum; Theresa May, que inició las negociaciones de salida; Boris Johnson, que las concluyó y, ahora, Liz Truss, que ha sufrido las consecuencias. Todos han sucumbido en medio de una crisis de identidad y de posicionamiento internacional de un imperio que dejó de serlo hace mucho tiempo, pero que no asume su papel contemporáneo.

Las promesas del brexit

La campaña pro-Brexit se realizó bajo el lema, Take back control. A pesar de su sencillez o, más probablemente, por ello, caló con fuerza en el electorado, que vio en el Brexit una oportunidad para dar solución a muchos de los problemas que les angustiaban. No era para menos. Frente al mensaje de la campaña pro-UE, casi reducida a insistir en el daño económico que sería dejar la Unión, la campaña del Brexit era una máquina de repartir optimismo. El Reino Unido con el Brexit no solo ganaría control pleno sobre sus leyes, su política migratoria y su dinero, sino que además compensarían cualquier posible perjuicio económico de la salida de la UE con la firma de innumerables nuevos acuerdos comerciales con EE. UU., China, Australia y quien hiciera falta, ahora sin necesidad de pedir permiso a Bruselas. Simplón pero efectivo, suficiente para lograr el 52% de los votos en el referéndum.

La dura realidad

Seis años después, la realidad es bien distinta. El Brexit ha sido una mochila demasiado pesada para la economía británica en el momento menos apropiado. Es obvio, que la pandemia primero y ahora la guerra en Ucrania, son escenarios muy negativos para poner en marcha el sueño del Global Britain –Gran Bretaña Global–, que a base del libre comercio debía situar a los británicos a la cabeza del PIB mundial. El covid obligó, como a todos, a endeudarse fuertemente al Gobierno británico y la inflación provocada por el incremento de los precios energéticos, ha complicado seriamente las finanzas públicas y la posición de la libra. A los problemas de suministro y a la escasez de mano de obra se ha unido la subida de tipos de interés del Banco de Inglaterra. Con la inflación en el 10,1%, el crecimiento tan solo un 0,6% por encima del nivel previo a la pandemia, resulta complicado hacer frente en soledad a los retos que el escenario mundial está lanzando.

El reino en cuestión

Pero de todas las complicaciones que el Brexit y la coyuntura han significado para el Reino Unido, la peor es la situación política que sufre desde hace casi una década. El principal protagonista de este grave deterioro es el partido Conservador, cuyas batallas internas y el cuestionamiento continuo de sus líderes, ha sumido al Parlamento británico en una auténtica máquina de destrozar primeros ministros. La situación más esperpéntica la ha representado Liz Truss, la última primera ministra derrocada por sus correligionarios, tan solo 45 días después de su nombramiento. Un sistema político que prima obsesivamente la estabilidad mediante el bipartidismo, anda como pollo sin cabeza, incapaz de convocar unas elecciones, con los laboristas de convidados de piedra del triste espectáculo. Todo en medio de una escenografía muy simbólica con la muerte de Isabel II, que dio vida a la Commonwealth y que rubricó la entrada y la salida del Reino Unido en la UE. El fin de una era en medio de un cuestionamiento en los territorios británicos. Escocia solicita un segundo referéndum de independencia, en Irlanda del Norte el Brexit hace crecer el descontento entre los unionistas y hasta en Gales, su primer ministro clama contra el desastre de Londres. Malas noticias en las islas, que nunca lo son buenas para el continente. l