Pasó la noche de Halloween dejando un reguero de actos violentos, agresiones, altercados, asesinatos… Ayer por la mañana había exhaustivas recopilaciones de los sucesos en diferentes medios. Detecto en algunos de ellos un indisimulado interés por asociar esa extensa crónica de incidentes con una fiesta que rechazan porque no encaja en el cuerpo de las arraigadas tradiciones locales: “Se nos ha ido de las manos”, proclaman alarmados los más reacios. Lo dicen como si el cupo de las tradiciones estuviera cerrado, algunas que parecían imperecederas no tuvieran fecha de caducidad y lo más reciente que aspirara a esa categoría necesitara cumplir con unos requisitos socio-culturales para disponer de la pertinente acreditación. Es plausible el interés y el esfuerzo individual y colectivo por conservar tradiciones que son un legado, nos recuerdan de dónde venimos y nos hablan de los usos y costumbres de quienes habitaron antes el mismo suelo. Creo que lo moderno puede convivir con lo antiguo. La Semana Santa ha pasado de ser tiempo de obligado y vigilado recogimiento a reclamo turístico y de ocio que mueve a miles de personas, y donde quien no reza admira los pasos, visita templos por interés cultura o trata de apreciar en la calle el ambiente y los ritos que acompañan a las procesiones. Tampoco hace tantos años que la Nochebuena se celebraba entre las paredes de casa y ahora la gente sale a divertirse tras la cena a locales de ocio.

Halloween ha llegado para quedarse. Portavoces del sector hostelero destacaban que tras la Nochevieja ya es el segundo día en el que más demanda hay y más trabajan. Además de esto, se desarrolla en paralelo un fructífero negocio de disfraces, dulces, motivos decorativos… Y lo uno alimenta a lo otro de forma recíproca.

Yo creo que lo de menos es el motivo que saca a miles de personas a la calle en un víspera de festivo; la inmensa mayoría solo con ganas de divertirse, pasarlo bien, de disfrutar a tumba abierta tras pasar no hace tanto por la experiencia de un confinamiento y de las posteriores restricciones. Con estos antecedentes, no hace falta llegar a la festividad de Todos los Santos para tener contacto anual con la muerte cuando durante meses de pandemia el goteo de fallecimientos nos tocaba a todos de forma más o menos cercana.

No estamos ante una fiesta que alimente la violencia, por mucho que Halloween llegue envuelta en la mística del cine de terror, con muchos litros de sangre simulada salpicando la pantalla y que banalice la muerte. Los comportamientos salvajes y violentos no se guían por el calendario.