El último debate de esta Legislatura sobre el Estado de la Comunidad pasó como siempre, o casi siempre, con la poca gloria que pueden dar este tipo de encuentros parlamentarios sometidos a un formato infumable. Más aún cuando la estabilidad institucional y política de Navarra y la realidad de una situación socioeconómica más que aceptable navegan por aguas tranquilas. Chivite destacó, como es obligado, los logros y avances acumulados. Hubo el inevitable tono de autocomplacencia que siempre acompaña a quien protagoniza desde el poder estas intervenciones, pero también cierto realismo. Es cierto que el Gobierno ha cumplido casi el 90% del Acuerdo Programático que le sostiene y que Navarra presenta hoy una situación general sólida y con potencialidades de futuro, pero también apuntó la necesidad de estabilidad y unidad para afrontar las amenazas y retos sociales y económicos que se vislumbran en el horizonte. También intervino con la tranquilidad que otorga el tener asegurada la aprobación de los Presupuestos de 2023, los cuartos de la Legislatura. No hay sombras en esa modelo de colaboración política. Su apuesta por la continuidad del cambio político que se instaló en Navarra en 2015 y continuó en 2019 tuvo el acompañamiento de los partidos que conforman el Ejecutivo de coalición –PSN, Geroa Bai y Podemos–, la disposición de EH Bildu y el apoyo crítico que de I-E. Una mayoría que parte con 30 de los 50 escaños de la Cámara foral como base para asegurar su permanencia cuatro años más. “Apuntalar el cambio ante tiempos difíciles” dijo Barkos. Hubo también reproches entre ese bloque hacia el Gobierno, pero tuvieron más de obligación de cumplir el expediente desde cada sigla que de confrontación y malos humos. Quizá lo más destacado fue el cruce de dardos entre Chivite y Barkos –la portavoz de Geroa Bai criticó los miedos del PSN en temas como la normalización del euskera o el autogobierno y las dificultades con las listas de espera–, pero eran dardos sin punta, de los que no se clavan en la piel. Y en la bancada de las derechas tampoco nada nuevo. Esparza se quedó otra vez solo en su visión irreal de la realidad de Navarra y sus propuestas, destinadas todas a criticar la acción del Gobierno, no tuvieron apoyo alguno. La sociedad navarra ha cambiado mucho, pero UPN sigue anclada en otro tiempo. De ahí que ante la desesperación, Esparza echara mano de la conspiración. El líder de UPN insinuó que sabe que varios miembros del PSN planearon formar una gestora para sustituir a Chivite e impedir que llegara al Gobierno de Navarra en 2019. No tengo ni idea si hubo un grupo de célebres socialistas y aledaños como años atrás en Araia conspirando para organizar una conjura y apuñalar a Chivite, pero si los hubo, se echaron para atrás supongo que por ser un contubernio de chichinabo al calor de la mesa, el mantel y las copas de turno. Si la única esperanza de Esparza es que un grupo de Brutos asalte el poder del PSN o que los astros se alineen en Ferraz en su favor, la pérdida de tiempo es total. Si es su gran amenaza, es nada. Esparza es un líder con experiencia y capacidad, pero debiera leer y escuchar hacia donde marcha Navarra y donde está UPN. A Trump, desde el martes, ya le cuestionan también sus más próximos e importantes aliados republicanos.