Hoy se celebra la Maratón de San Sebastián. La corrí hace 34 años. Yo tenía 15, estaba a dos semanas de cumplir los 16. Hasta esa edición de 1988 la inscripción era libre y así corrieron con menos de 16 años mi hermano, mi primo Javi y varios amigos de mi hermano. Pero ese año de 1988 se estableció un límite legal de 16. Yo ya había corrido varias medias maratones, la primera en 1985, con 12 años, hasta un total de 4 –más dos Behobias–, con una marca de 1.27:02 a los 15 años. Cuando noto ahora dolor en mi rodilla izquierda, que apenas puede correr salvo en blando, me acuerdo de aquellas burradas. El caso es que no me pude apuntar, al no tener la edad, pero quise correrla y me preparé, aunque recuerdo que el día que más entrené fueron 25 kilómetros. Sitúense: es 1988, apenas hay información, estás tarao, tus padres te aguantan, eres solo un chaval que da vueltas en un parque de hierba de noche a 4 minutos el kilómetro. Total, que me planté en casa de mi primo, cogimos su dorsal del año anterior y con ese dorsal en la camiseta salí a hacer mi maratón, sabiendo que no constaría en la clasificación final. Me daba igual. Yo quería ser Robert de Castella, Juma Ikangaa, Carlos Lopes, Gelindo Bordin, esa gente. Llevaba un reloj Casio negro, el mismo que uso ahora. Como buen tarao, pasé el medio maratón en 1 hora y 25 minutos. Iba feliz. Alrededor del kilómetro 30 apenas podía poner un pie delante de otro y en varias ocasiones estuve a punto de tirar la toalla, pero seguí. Completé la segunda parte en 1 hora y 55 minutos, para un total de 3:20. Al llegar a Anoeta, cuando me faltaban 200 metros, una organizadora se percató de que mi dorsal no era de ese año y aunque le expliqué que solo quería llegar no me dejó entrar. Me quedé a 200 metros de terminar un maratón. Las agujetas me duraron una semana. La pena aún asoma cuando lo recuerdo. 200 metros… ¡A disfrutar korrikolaris!