El frío mata, el hambre también, como matan las guerras o mejor dicho quienes las llevan a cabo. Lo más duro del invierno está por llegar pero todo apunta a que será extremo para miles, millones de personas en diferentes lugares del mundo. Un invierno en el que las diferencias sociales se van a acrecentar todavía más, entre los que pueden y los que no. Los que podrán hacer frente a las factura del gas, la luz, la comida, la vida en general y los que tendrán que malvivir helados sin saber cómo afrontar un nuevo día. Más de seis millones de personas permanecen sin luz en Ucrania por la ofensiva rusa, sobreviven al límite frente al frío, no solo meteorológico, sino el que se queda en el cuerpo cuando alguien siente que lo está perdiendo todo. No hay que dejar de mirar lo que ocurre allí, como tampoco deberíamos perder de vista lo que tenemos en nuestro entorno. La pobreza este invierno es más dura y más fría. Y hay que tratar entre todos y todas de mantener la luz encendida, para dar calor y recuperar esperanzas y sobre todo para solidarizarnos con quienes lo están pasando peor. El carro de la compra es hoy en día una foto fija de la desigualdad. Por eso es más importante que nunca recuperar la empatía y ser generosos y generosas para dar lo que a otros les falta. La última campaña del banco de alimentos era una llamada en esta dirección y hemos vuelto a responder con toneladas de solidaridad. Es nuestra aportación como ciudadanos y ciudadanas, pero la respuesta ante este invierno, que se ira endureciendo por momentos, debe ser social y global.