El ministro Marlaska a lo suyo, cerrado en banda a asumir sus responsabilidades por la masacre en la valla de Melilla el pasado 24 de junio en la que murieron al menos 23 personas y decenas más resultaron heridas. Marlaska es mucho de la historia oficial, su historia oficial, pero la verdad real es otra muy distinta. Hay al menos cuatro cuestiones en las que el ministro de Interior no ha dicho la verdad y están demostrados: las duras imágenes de aquellos hechos con personas amontonadas como sacos de alfalfa ocurrieron en buena parte en suelo del Estado español, hubo omisión del deber de auxilio a las personas heridas, gendarmes de la dictadura marroquí entraron en suelo propiedad del Gobierno español y camparon con violencia a sus anchas y, según los propios informes de la Guardia Civil, 470 personas, algunos menores, fueron devueltos en caliente a Marruecos. Es decir, la historia oficial a la que se aferra Marlaska no solo está sustentada en mentiras o medias verdades, como todas las historias oficiales que tratan de ocultar las salvajadas contra los derechos humanos, sino que también intenta encubrir el incumplimiento de la legalidad. En el Estado español, la mentira en política no tiene coste, al contrario tiene un valor e incluso te pueden condecorar por ello. Marlaska tampoco dimitirá por este nuevo desaguisado democrático. Tampoco el presidente Sánchez le destituirá. Pero las imágenes, el informe del Defensor del Pueblo, una documental de la BBC, una investigación periodística de El País junto a Lighthouse Reports, Le Monde, Der Spiegel y Enass y las duras críticas de la comisaria Derechos Humanos del Consejo de Europa, Dunja Mijatovic, han echado progresivamente por tierra la versión del ministro Marlaska. Las mentiras del aparato de propaganda que maneja desde el Ministerio de Interior no han evitado que la verdad real haya sido ya escrita, publicada y expuesta en el Congreso. Su situación es insostenible: solo en el Congreso, con el único respaldo de unos aplausos desangelados y nada entusiastas de los diputados socialistas y con un discurso semejante al del portavoz de Vox. Un intento banal de proteger el secreto, intentar evitar sus consecuencias judiciales y el conocimiento público de la verdad en todas sus dimensiones. No sé, ya he escrito antes que un tipo con la ventaja profesional de ser funcionario, blindado laboralmente para siempre, que acumula –ya he perdido la cuenta–, alrededor de una decena de condenas del Tribunal de Derechos Humanos de la UE por no investigar denuncias por torturas e incumplir así las obligaciones de su cargo según la propia legislación española, lo que para cualquier otro ciudadano sería un delito, ocupe un cargo de ministro en un Gobierno democrático es incalificable. Que se ría de los ciudadanos, piensen a lo que piensen, desde su escaño azul de ministro en el Congreso y de los valores de la democracia y de los derechos humanos, es propio de cualquier personaje bananero, sea el modelo político cual sea. Inaceptable en una democracia avanzada. Marlaska está empeñado en pasar a la historia oficial desde su pretencioso presente que ha ido de juez-estrella en la Audiencia Nacional a ministro de la Porra, pero la historia real siempre llega antes o después y después nunca es tarde.