De la fascinación al miedo: nuestra percepción de la inteligencia artificial ha ido cambiando conforme vamos conociendo nuevos avances. Ayer descubrí un nuevo juguetito en Twitter, el famoso chatbot GPT de OpenAI, que ha superado el millón de usuarios en sus primeros cinco días en abierto y gratis. No sé si llegaremos a ver modelos de inteligencia artificial que igualen o superen a la del ser humano pero todo indica que muchas de estas nuevas herramientas serán claves en un futuro para profesionales de la programación, abogacía, periodistas o para estudiantes. Máquinas perfectas capaces de mantener una conversación con su clientela, redactar trabajos universitarios, escribir guiones o redactar noticias a partir de los datos que se introducen. Sus propiedades son increíbles. Al programa en cuestión se le introducen millones y millones de parámetros (pueden vomitar datos de cualquier disciplina) de manera que el asistente se convierte en tu profesor particular de chino o de física termodinámica (en Youtube el influencer Carlos Santana le pide al programa en plan vacile que le cuente la historia de una tostadora que quiere ser astronauta y el resultado es increíble). Máquinas que entrenan duro y succionan tanta información (sólo posible con multinacionales como la del controvertido Elon Musk) que pueden ordenarla a demanda de manera instantánea y generar textos cuasi perfectos o resolver todo tipo de tareas. El cambio de paradigma es brutal y abre un mundo infinito de posibilidades. ¿Una nueva revolución industrial o una nueva disrupción en el empleo? Al igual que internet y las redes sociales supusieron un avance en el periodismo tradicional confiamos en que estos modelos no sean utilizados para manipular y crear contenidos falsos, contaminar internet o sustituir a los periodistas. Que sean herramientas de apoyo que nos faciliten el trabajo y permitan dedicar más tiempo al elemento humano, el de buscar noticias, acercarlas a la ciudadanía y vertebrar una sociedad mejor. Y, lo importante, que no nos roben el curro.