Hoy no es mi día, creo. Ayer tampoco lo fue. Hace bastante que no lo es, ahora que lo pienso. Pero bueno, tampoco me quejo. Es lo que hay, sin más. Puede que ya no lo sea nunca, claro. Aunque, quién sabe. Quizá aún haya suerte. No es que cuente con ello, pero en fin: sería fantástico. No obstante, mientras tal vez esta mañana no me duela la cabeza tanto como de costumbre, es posible que encuentre al fin la bufanda de tres colores que llevo varios días buscando y logre así salir bien abrigado a dar un paseo por la orilla del río. Preferiblemente con una manzana en la mano. Amarilla, de hecho. Los martes, en esta ciudad, son así. Parcos en palabras, podríamos decir. Sobre todo en diciembre. Mes que odio, por cierto. Si es que se pueden odiar los meses, yo qué sé. Pero ya me entiendes: toda esa lluvia. Esa humedad, ese frío. Esa obstinada falta de sol, tan lacerante. Y luego el tema de lo descaradamente comercial y todo eso. La musiquilla, los regalos, los dulces, todo ese rollo supuestamente entrañable. Claro que se puede odiar diciembre, lo raro es no odiarlo. Entrañablemente, por supuesto. Sin embargo, hasta diciembre tiene sus cositas buenas. Sus amenidades inesperadas. Como lo de Adanero, por ejemplo. ¿Quién se iba a esperar una cosa así? Cuando oí que Abascal y alguien más querían montar una moción de censura contra Sánchez y poner a Adanero al frente del gobierno de España, pensé que era un chiste malo de internet. Luego me hizo gracia, lo confieso. Aunque no sé por qué. Porque de gracioso no tiene nada, me temo. De todas formas, ya solo el mero hecho de imaginártelo produce una especie de repelús extraño, ¿no? No sé, bueno. Yo ya no entiendo nada. Ni lo pretendo, claro. Por lo demás, todo bien. Aunque Lucho, al final, no ha aparecido. Hoy que podíamos habernos reído un poco. Seguro que lo ha hecho adrede.