Vale, hay que hablar de la ilusión. Son días de ilusión, lo sé. Hasta Lucho está ilusionado. El año pasado le tocó lo puesto en la lotería y este año tiene expectativas, el pobre. Dice que ha conocido a una secta de terraplanistas. Dice que son majos: una peluquera de perros, un profesor de no sé qué, una persona de género fluido que al parecer ejerce de líder y dos gemelos informáticos que van siempre en patinete, sin casco: uno rubio y otro moreno. Vamos, gente normal, dice. Y también dice que no son solo terraplanistas. Que son más cosas, que tienen inquietudes. Y que no son una secta. Que son un grupo de gente diversa. Que se juntan, sin más. Para debatir. Luego me cuenta que juegan todos al mismo número. El 43210, dice. Y susurrando, añade: la cuenta atrás ya ha empezado. Todo serio. ¿Qué cuenta atrás, Lutxo, viejo amigo? La del Armagedón, exclama. Este Lucho está resultando algo cándido, creo. Parece mentira que haya salido de mi mente. No obstante, es cierto: sin ilusión no hay nada. Al fin y al cabo, una vida sin ilusión, ¿qué es? Una caca. Aunque, también es cierto que cada vez es más difícil ignorar que ilusión es sinónimo de quimera y espejismo. En fin, en esto de la vida en sociedad, o como quieras llamarla, hay cosas misteriosas que parecen inexplicables, sí. La justicia también es una ilusión, me puedes decir. Y sí, de acuerdo. Te lo compro. Lo triste de la élite judicial de ahora es que ya se les ve todo. Hasta el plumero. Les pones cara. Les pones cruz. Sabes quiénes son y por dónde resoplan. Igual que los políticos. Son famosos. Salen en la tele opinando. Se aferran al cargo con fiereza. Y ante los mismos hechos, pueden jactarse de adoptar decisiones distintas. Circunstancia que desconcierta un huevo a la chusma plebeya, claro. ¿Habrá algún terraplanista entre ellos? Ay, eso no lo sé. Puede. Visto lo visto, yo no me atrevería a descartarlo.