Asterix, el famoso personaje de cómic creado por Goscinny y Uderzo, solía manifestar que su único temor era que el cielo se derrumbara sobre su cabeza pero que “eso no va a ocurrir mañana”. Sabia reflexión, que ayuda a no vivir bajo la angustia de un futuro que podrá ser más o menos problemático pero evitando el riesgo de convertirse en obsesivo.

Contando con una larga experiencia en este oficio, puedo reconocer sin ninguna duda y con más de un remordimiento que la tendencia de los medios de comunicación a destacar la noticia negativa es habitual. Más aún, me atrevería a reconocer una cierta tendencia al catastrofismo, tanto más acentuada cuanto más se sitúe el medio en la oposición al poder. Y ya puestos, aunque causa un poco de rubor, se puede constatar que a veces ese catastrofismo va entreverado con el más descarado amarillismo, ya que todo vale cuando se va a la contra. Los más viejos del lugar recordarán aquel semanario El Caso, especializado en sucesos que se relataban e ilustraban con la mayor truculencia. Se publicó entre 1952 y 1997 y en su mejor época fue por mucho la revista más vendida y sobre todo leída, en todo el Estado.

Es tan habitual la exageración en los medios de comunicación, que se conviertan en drama inminente simples posibilidades de forma que si el amigo de un amigo cuenta que en tal barrio le atracaron a uno, el catastrofismo informativo ya lo califica de zona peligrosa. Y así, nuestra percepción de determinados sucesos queda con frecuencia deformada. Sería necio negar que existan más que indicios de un cambio climático que ya viene dando señales expresadas en fenómenos meteorológicos extremos. Pero mucho más eficaz sería presionar a los responsables políticos y económicos para que tomen medidas paliativas –que ya se sabe en qué consisten– que enardecer la histeria colectiva anunciando apocalipsis inminentes. Llevamos un año amenazados por editorialistas, expertos articulistas y tertulianos subvencionados, con ese otoño nefasto en lo económico y en lo laboral que ha resultado, cuando menos, llevadero. Por supuesto, cada uno ha procurado medir sus posibilidades y ocuparse de llegar al invierno sin que el cielo cayera sobre su cabeza más que preocuparse por ello. Y así, esquivando el catastrofismo sociológico, el pesimismo proyectado desde los medios informativos y los discursos de la oposición, se ha podido comprobar al personal llenando los restaurantes, los aeropuertos y las más habituales expresiones de ocio. Pero como parece que la vida de la gente normal no funciona sin el acojono del catastrofismo, se sigue insistiendo en difundir la preocupación por la nueva invasión china del coronavirus, la preocupación de vuelta a la mascarilla y al confinamiento. Y, que se sepa, hasta el momento no se ha propagado el contagio. Pero da igual. El caso es mantener a la gente amedrentada.

No hay ninguna intención en estas líneas de fomentar la indiferencia, menos aún la negligencia ante cualquier señal de alarma demostrada. Simplemente, pretendo llamar la atención sobre la actitud sobre lo que leemos y escuchamos que es, generalmente, catastrófico. Que tomemos conciencia de que nuestra percepción sobre el riesgo de determinados hechos está deformada por la intensidad emocional de los mensajes que se nos hace llegar.

No sabemos a ciencia cierta lo que nos espera en este nuevo 2023, pero no tengo duda de que saldremos adelante, que en peores garitas hemos hecho guardia. Es mi deseo para todos.