Arranca el año con la campaña electoral en el horizonte y las cartas ya sobre la mesa. No hay muchas encuestas todavía y las que hay vienen condicionadas por intereses de parte que invitan a tomarlas con cautela. Pero aún así, todas dibujan un escenario muy parecido al actual. Habrá pocas mayorías absolutas en los ayuntamientos, serán necesarios acuerdos en el Parlamento y Pamplona va a centrar buena parte de la atención electoral. Antes y después de la campaña.

A falta de más datos, que irán saliendo con cuentagotas, el escenario en Navarra apunta a la continuidad. Puede haber cambios, por supuesto, pero no parece que vayan a ser lo suficientemente profundos como dar un vuelco al juego de mayorías que ha gobernado en los últimos años.

De hecho, el reparto de escaños en Navarra históricamente ha sido bastante estable. Salvo en 2003, con la izquierda abertzale ilegalizada, las fuerzas progresistas siempre han tenido mayoría en el Parlamento. Y excepto en 2015, con la irrupción de Podemos y el hundimiento del PSN, los socialistas siempre han tenido la llave del Gobierno. Ambos escenarios son probables también a día de hoy.

Desde luego quedan muchas cosas en el aire. No está claro cuál va a ser el reequilibrio de fuerzas en la derecha tras la ruptura de Navarra Suma. Un dato importante a medio y largo plazo. Ni tampoco el peso que van a tener PSN, Geroa Bai y EH Bildu, lo que condicionará su capacidad de influencia la próxima legislatura, ya sea desde dentro o desde fuera del Gobierno de Navarra.

Pero más allá de todo eso, lo que va a determinar el próximo Ejecutivo y el color de buena parte de los ayuntamientos no va a ser tanto el resultado electoral, escaño arriba escaño abajo, como las decisiones políticas posteriores. Así ha sido históricamente y así lo volverá a ser en mayo. Y ahí apunta ya el candidato de UPN, Javier Esparza.

Esparza mira a Madrid

Su problema es que esta vez la derecha parte en clara desventaja. El socialismo navarro ha encontrado por fin su lugar. Está en la presidencia del Gobierno y cuenta con una mayoría estable que pese al miedo que ha tratado de infundir UPN sus bases, con algunas excepciones, aceptan bien. Y el PSN quiere seguir así.

Lo sabe Esparza mejor que nadie. Porque conoce bien la realidad política navarra y porque tiene encuestas que se lo confirman. Y porque no oculta que su única opción de gobernar pasa por una decisión política del PSOE que impida al PSN hacer lo que realmente desea. El líder de UPN está siendo bastante claro en ese sentido.

Según su tesis, EH Bildu va a crecer lo necesario como para que su abstención ya no sea suficiente para el Gobierno de Chivite. Hará falta el voto a favor, lo que implica un acuerdo de investidura. Y eso es algo que el PSOE no se va a poder permitir a escasos siete meses de las generales.

Tampoco en Pamplona, donde más allá de su discurso grandilocuente los socialistas previsiblemente tendrán que elegir entre dar su apoyo a Joseba Asiron o dejar que gobierne la derecha. Se repetiría así el escenario de 2007 –y en parte el de 2019–, con el PSN forzado a facilitar Gobierno y alcaldías de UPN. El histórico agostazo una vez más convertido en la última esperanza del regionalismo navarro.

El argumento tiene no obstante algunas fallas. La principal es que la Navarra de hoy no es la de 2007 ni la de las décadas anteriores. UPN ya no está en el poder, la izquierda abertzale se ha asentado en las instituciones y las mayorías formadas a la izquierda se han demostrado más estables de lo que la derecha hubiera deseado. Dicho de otra forma, la alternativa ha funcionado. El PSOE tiene además en Madrid los mismos aliados que en Navarra, y van a seguir siendo imprescindibles para Pedro Sánchez hasta las elecciones generales. Probablemente también después.

Por eso resulta llamativo que UPN, que presume de no tomar las decisiones ni en Bilbao ni en Madrid, confíe sus expectativas precisamente a una intervención exterior, contraria además a la mayoría popular de Navarra. Y que el único plan para el día después de la investidura sea un Gobierno en minoría condenado a la resistencia. Aunque ello aboque a Navarra a la inestabilidad política que ya vivió el Gobierno de Barcina.

Pamplona es seguramente el mejor el mejor ejemplo. La salida de Enrique Maya, gestionada de forma cuando menos cuestionable, no solventa el problema que ha tenido UPN en la capital durante sus dos últimas alcaldías. Incapaz de sumar mayorías mínimamente estables que salgan de la confrontación permanente y de la prórroga presupuestaria. Quizá no sea culpa de Maya, al menos no en exclusiva, pero eso tampoco puede esconder la realidad.

Sorprende además que Esparza haya optado por un perfil como el de Cristina Ibarrola como alternativa. Seguramente la persona que con mayor agresividad se ha enfrentado al Gobierno de María Chivite, con una enorme falta de empatía incluso en los peores momentos de la pandemia. Volver a facilitar la alcaldía a UPN ya era difícil de justificar para el PSN, pero mucho más lo va a ser dar la vara de mando a alguien con la hoja de servicios de la portavoz en Salud de Navarra Suma. Si los socialistas necesitaban un argumento para dar el giro definitivo, Esparza se lo acaba de poner muy fácil.