El otro día brotó de la nada un cantante exótico. Callejero, en realidad. Se colocó junto al kiosko. Sacó una guitarrita. Y acto seguido se puso a cantar Bésame mucho. Ah, qué recuerdos. Había niebla y de repente salió el sol. Y en ese mágico instante, pasó una chica en bicicleta con un helado. O eso me pareció. Así que me dije: ya está aquí la primavera, pídete un vermut. Y lo hice, claro. Pero solo fue una falsa alarma. Al parecer, el invierno todavía quiere hacer un último esfuerzo. Dice que va a intentar nevar. No estoy muy bien, pero voy a hacer todo lo que pueda, me ha confesado. Y ¿cómo me lo ha confesado? Al oído y con voz temblorosa, así es como me lo ha confesado. Y yo le he agradecido la confianza. Y le he dicho que definitivamente me adhiero a su esfuerzo. En espíritu, claro. Tú dirás lo que quieras, Lutxo, pero los inviernos se están quedando en nada. Y eso es muy triste. Dicen que, pese a todo, este va a ser el invierno más frío de los que vendrán. ¿Te lo puedes creer? Vamos a dejarle que nieve un poco, si puede, el desgraciado. Nieva un poco inviernito del futuro. Vamos a animarle entre todos. Vamos a no hacer tantos aspavientos por una borrasca de nada. Qué sociedad de alarmistas y quejicosos. No obstante, Lutxo, viejo amigo, la noche de los tiempos es larga, lo sé. Y la sed de justicia es igual de larga, supongo, claro. Pero más larga es aún mi pena por la muerte de Gina Lollobrigida, fíjate lo que te digo. Si por casualidad ahora perdiera una pierna y me viera obligado a ponerme una biónica, la llamaría Gina. Por ella. Solo la vi una vez. En una película, claro. Lo malo es que ya no me acuerdo en cuál. ¿Qué más da? Nieva un poco, inviernito del futuro. Tira todas las banderas que puedas. Ya las volverán a levantar, no te preocupes.