De las malas compañías, líbrate. Núñez Feijóo bien lo sabe. Por eso aprovecha sibilinamente la indigesta polémica del valeverguista García-Gallardo para reafirmar su reiterado propósito de blindarse frente a la intoxicación que le supone Vox. Nunca una boutade ni una entelequia como el esperpento sobre el aborto en Castilla y León habían causado semejante conflicto institucional. Un artificioso litigio, ideado desde la sinrazón, pero adornado por todas las partes concernidas de una electrizante carga ideológica, ha venido a caricaturizar las miserias de las despiadadas relaciones entre partidos de distinto color, incluso entre sus gobiernos. Un debate despiadado en torno a un acuerdo inexistente ha estado a punto de llegar hasta el Tribunal Constitucional. Hasta ahí puede caer el nivel del discurso de una mediocre clase dirigente, sometida a un paroxismo irrespirable.

El cayetano Gallardo ha desbarrado, propio de su inconsistencia. Ha dejado a demasiada gente en una situación embarazosa. El rechazo es demoledor a su majadera excentricidad sobre cómo prevenir el derecho a la vida. De entrada, en su partido donde su líder Abascal se enteró del despropósito por el ruido de los truenos. En paralelo, en el propio Gobierno regional de un atribulado Mañueco porque exacerba una convivencia incendiaria desde su nacimiento. En el PP, porque lamentan el balón de oxígeno del que se apropia Sánchez cuando le siguen cayendo chuzos por las rebajas a los depredadores sexuales y por su política con Catalunya. En los medios conjurados en el derrocamiento de Sánchez, un desaliento generalizado por el perjuicio que se infringe a la causa y de ahí que hayan despellejado sin compasión al díscolo vicepresidente autonómico. Y, finalmente, en el Gobierno central porque les ha permitido proyectar por tierra, mar y aire la visualización del riesgo que encierra un respaldo en las urnas a esa derecha ultramontana. Una de esas controversias que dejan huella para mucho tiempo. La izquierda avivará el fuego hasta las autonómicas por el calado social y político que encierra.

También el Gobierno de coalición exprimirá en sus argumentarios la estrambótica concentración unionista de hoy, en Cibeles. Otro sapo retador para Feijóo, aunque el presidente del PP acierta al rechazar su presencia por el sesgo de las compañías convocantes y de asistentes como Vox. Demasiada caspa junta sin otra alternativa que el discurso sombrío y tremendista. La fotografía de Colón fue un error. El ejemplo más ilustrativo de las malas compañías. Ciudadanos sigue sin entenderlo. La dirección encargada de pilotar su naufragio persevera en la torpeza hasta el desastre final.

Para cuidarse de las compañías de cada cual, pregunten entre los independentistas catalanes. El fiasco de la floja asistencia a su protesta callejera por la cumbre hispano-francesa en suelo barcelonés y la desunión exhibida fatídicamente en presencia de buena parte de esa prensa extranjera siempre bien tratada asestan un duro golpe al sostén del procés, vivo o languideciente.

Por encima de interpretaciones interesadas, resultó demoledor el repudio a Oriol Junqueras. Esos amenazantes gritos de “botifler” desde las gargantas encendidas de tu propia causa identitaria tuvieron que ser desgarradores en el curtido ánimo del líder de ERC. Como si mancillaran el desgaste personal de tres años de cárcel por la defensa de sus mismos ideales y, por contra, premiaran el refugio en Waterloo. Su forzoso y preventivo abandono de la manifestación echa más hiel a la honda fractura de este sector que deja traslucir desde los continuos enfrentamientos internos el desencanto que les embarga desde hace meses por la progresiva dilución de sus objetivos. La estratégica retirada de Aragonès, después de advertirle brevemente a Sánchez que la lucha por el referéndum y la amnistía siguen latentes, asoma como una mera rabieta para protegerse simplemente ante los suyos. A cambio, este gesto, cargado de simbolismo, aporta munición a quienes descalifican sin desmayo la hoja de ruta de Sánchez para encarrilar la solución, siquiera destensar, el principal problema territorial. Las escopetas cada día están más cargadas. La enrajetada reforma penal en torno a la malversación y los desórdenes públicos aparece cada día más controvertida desde la nueva irrupción del juez Llarena y el consiguiente revuelo entre los togados. Ahora mismo nadie se atreve con solvencia a prever los desenlaces más sonoros que no tardarán en llegar.