SOLO faltaba un salafista yihadista zumbado en la excéntrica política española. Revive Abascal. Tropieza Feijóo. Enmudece la sensatez. El asesinato –que no el simple fallecimiento– de un sacristán en Algeciras retuerce fácilmente las entrañas xenófobas del discurso ultraderechista. Ese odio creciente que cuaja en la calle mucho más de lo que desearía un amante de la libertad compartida. Ha ocurrido en Andalucía, tierra abonada fatídicamente para este repudio a la inmigración, en especial magrebí. Además, quizá por azar del triste destino, en vísperas de la expectante cumbre hispano-marroquí del 1 de febrero. Una cita que llega sin conocerse todavía las auténticas razones de aquella polémica ciaboga de Pedro Sánchez y que desairó al Sahara Occidental mientras se entremezclaban los ecos maliciosos de los innumerables móviles pinchados del Pegasus.

Ríos de tinta, horas de tertulias interminables, atropellados tuits racistas, imágenes impactantes. Estado de conmoción, perplejidad. Las lógicas dosis de temor. La gasolina suficiente para prender la mecha. Vox chapoteando en su salsa excluyente. Una diáfana ocasión para que el PP marcara distancias como partido de Estado contribuyendo a la serenidad. En cambio, va y resbala. Su presidente se trastabilló en sus declaraciones tan desafortunadas, otra vez sin papeles delante. Tropiezos que dejan huella porque cuesta mucho borrarlos y la competencia no acostumbra jamás a soltar el hueso cuando muerde carne.

Se suceden días incómodos para la oposición. Aquellos cantos apocalípticos de que se avecina una recesión amenazadora, coincidentes con los momentos álgidos del recién llegado Feijóo, corren ahora por el desagüe del desatino. Ahí queda la marca exitosa de un 5,5% de crecimiento anual, pasando por encima de los efectos perniciosos de la guerra de Putin y así acallar las voces más agoreras. Obra de un Gobierno de izquierdas generalmente desunidas que nunca mereció ni siquiera sus primeros 100 días de gracias por culpa de un inicial descrédito mayoritario. Para sacar pecho, precisamente en el arranque de una despiada campaña electoral que aparece dispuesta a dejar más de un herido en la cuneta.

Tampoco juega a favor del PP el disputado guiño entre PSC y ERC. Esta primera alianza para sacar adelante los Presupuestos en Catalunya llega muy forzada, pero llega. Como si los dos partidos quisieran disimular su entendimiento, en la doble dirección del puente aéreo. Como si les pesara la honda repercusión del gesto. Un acuerdo de largo alcance entre rivales que esconden una mutua desconfianza en unas relaciones plagadas de rasguños. Rufián se lo dejó muy claro a Sánchez con su abstención en el decreto anticrisis, aunque no consiguió que el presidente temblara. Los socialistas ase saben poseedores de un hueco preferente en medio de la profunda escisión de la mayoría independentista y lo quieren demostrar en mayo. Tampoco Aragonès dispone a su alrededor de una mínima solidez para sostener el andamiaje institucional. Otro tanto le ocurre al PSOE en el Congreso cuando cabrea a los catalanes republicanos y al PNV. En los escaños de la izquierda todavía se recuerda el escalofrío vivido durante la atragantada votación de la reforma laboral. Vaya, que se retroalimentan.

Sánchez se exhibe recuperado. Otra vez moviendo las piezas a su antojo. Hasta levita un palmo a la vuelta de Davos. Solo le preocupa, y con razón, el futuro de Sumar. El proyecto de Yolanda Díaz asemeja ese debate propio de asamblea universitaria que despierta pasiones por el calado de su convocatoria y que arrastra sus interminables disquisiciones hasta la penúltima birra en cualquier barra nocturna. De momento, no se le espera para el 28-M y por culpa de esa ausencia y del voto progresista disperso y abstencionista pueden destronarse pequeños reinos de poder local de la izquierda. La munición ansiada por los populares para envalentonarse de cara a las generales de diciembre.

Bien es verdad que desde Podemos tampoco contribuyen a ensamblar aspiraciones y relegar vanidades. Los egoísmos indisimulados de sus principales dirigentes pueden agujerear sin dificultad este embrionario proyecto de confluencia siguiendo simplemente el manual de los últimos comicios andaluces. Ahora mismo van por el camino más corto para conseguirlo. Solo Izquierda Unida ha saltado ya del barco. El desmarque carece de significado porque era previsible desde la debilidad. Alberto Garzón se ha agarrado ávidamente al salvavidas de Sumar porque asumió hace varios meses que Iglesias y Belarra le ignoran.