Que suenan como ese soniquete navideño. Entonces piensas en las cajeras del súper, las kellys, las mujeres limpiadoras en casas ajenas, las repartidoras, las reponedoras de grandes superficies, las camareras, las azafatas de eventos, las cuidadoras, las tripulantes de cabina, o las empleadas de H&M o Zara, que ahora han conseguido algo. Y algo no te cuadra, se te escapa. Como se te escapa el solo sí es sí o la Ley trans. Porque necesitamos que el presente se ponga de acuerdo consigo mismo. Y quieres pensar que esos 1.000 euros que te chirrían no sea cosa de tu obrerismo ético. Quizá, pero en esto la clase y el género son determinantes. Como el acceso a las oportunidades, que se ha estratificado. Y claro que el Sindicato Médico de Navarra no es responsable de la precarización de esos sectores feminizados. Faltaría más. Pero piensas que 29.000 pensionistas navarros cobran menos de 1.000 euros. Y que esos 1.000 euros superan el sueldo de muchas de esas trabajadoras precarizadas. Y que 1.080 euros es el Salario Mínimo Interprofesional que cobran 2,5 millones de trabajadores, mayormente mujeres. ¿ No les parece un desbarre?

Dice Gómez Villar en Los olvidados, que esas mujeres de arriba son las perdedoras de la globalización, las que han quedado fuera del paraguas simbólico y material de la clase media. Por eso piensas que esa reivindicación económica, las huelgas, las previstas y las silenciadas, como la de la gestión deportiva tras meses de pelea, no son iguales, ni acaban igual, ni se visibilizan de la misma manera. Porque en el fondo, unas luchas buscan el reconocimiento –legítimo– y otras la redistribución para huir de la exclusión. Y echas en falta un programa conjunto de demandas que caracterizan y unifican el momento actual. No solo para proteger la sanidad, sino para blindar todo el estado del Bienestar. Pero esa es otra huelga.