El interminable personaje que es Javier Taberna parece que al final cumplirá su sueño de entregar la Medalla de Oro de la Cámara de Comercio –órgano que preside desde hace más de 32 años para aburrimiento colectivo–, a su amigo Miguel Sanz, aunque con 12 años de retraso desde que anunció pomposamente la concesión del galardón en 2011. Tiempos en los que la gloria se agotaba y llegaba la época de la decadencia. A Sanz no le entregaron entonces la medalla porque las fechas previstas para el homenaje a quien había sido durante los 15 años anteriores presidente de Navarra coincidieron con las informaciones de DIARIO DE NOTICIAS que desvelaron el cobro de dietas opacas de Caja Navarra dobles y triples por acudir a sesiones seguidas de apenas unos minutos en las que no se hacía ni se decidía nada por parte de la entonces presidenta Barcina, Miranda, que aún era consejero de Economía y Hacienda, Maya, en su primera alcaldía de Pamplona y el propio Sanz. El horno político y el malestar de la sociedad navarra no estaba para bollos como un espectáculo de medallitas. Un escándalo más que añadir al cúmulo de escándalos que rodean toda la operación que culminó con el fin de Can. Las dietas opacas –esto es, se cobraban de forma secreta hasta que DIARIO DE NOTICIAS hizo pública su existencia–, fueron decenas de miles de euros que se embolsaron estos cuatro altos cargos de UPN. Una deriva que culminó con la absorción de la CAN, la histórica entidad de Navarra, por CaixaBank y la pérdida patrimonial de casi 1.000 millones de euros. Fue el colofón final de aquella Navarra obligada a soportar durante años un régimen abusón, faltón y borono. No sé si recuperar ahora una comida de homenaje a Sanz para entregarle una medalla sin ninguna razón real es buena idea. Más bien vuelve a recordar la imagen decadente de aquel régimen caduco y viejo, incapaz de rectificar sus errores y empecinado en una desastrosa política clientelar y excluyente que apostó por favorecer a los intereses particulares y privados más afectos antes que a los intereses generales de la sociedad navarra. Es evidente que la visión idílica que ofreció de Sanz la Cámara de Comercio para justificar la concesión de la medalla –hasta ese momento solo se le había entregado ese reconocimiento a Felipe de Borbón cuando solo era hijo de y heredero sin tampoco merecimiento alguno–, destacando su contribución al desarrollo económico de Navarra no tiene mucho que ver con la visión real que tiene la mayoría de la sociedad navarra de él ni de la gestión de su Gobierno. Y ya puestos, ni de su labor en la misma Caja Navarra hasta que culminó con su desaparición definitiva. Aunque hayan pasado 12 años ya, aquellos hechos persiguen a sus protagonistas, por mucho que se intente restarles importancia, por su ineficacia, por su aprovechamiento o por su ineptitud. Tampoco parece que este acto con pretensiones de homenaje triunfal reuniendo a estas alturas los restos de los más granado de aquel muy viejuno régimen que dejó una herencia desastrosa para Navarra sea un buen lanzamiento para la precampaña electoral de Esparza. Ni tampoco para reimpulsar la imagen presente de la misma Cámara de Comercio, que se sostiene por el esfuerzo honesto de sus trabajadoras y trabajadores.