Hoy es Miércoles de Ceniza. “Polvo eres y en polvo te has de convertir”, recuerdo que mascullaba el cura del pueblo cuando trazaba la señal de la cruz en la frente dejando en la piel un rastro de brocha fina. Conservo en la retina la imagen de un ambiente lúgubre como marco de aquel ceremonial, una atmósfera cargada de humo de velas, el crujido del suelo de madera bajo los pasos lentos de la feligresía, el rictus serio de hombres y mujeres arrodillados en los bancos del templo y cada uno ocupando un lugar que parecían tener asignado de por vida. Ese miércoles de nuestra infancia era (y es) el comienzo de la Cuaresma, nunca (entonces) el día siguiente al final del carnaval, sobre todo porque ni teníamos carnaval al que agarrarnos, ni días de fiesta en la escuela, ni planes para disfrazarnos, ni pasacalles ni galerías de fotos en la web y en las redes sociales. Eso sí, misas teníamos para aburrirnos; como la obligación de confesar los sábados y reconocer que habías visto películas de dos rombos, o sea, para adultos, en las que se despistaba un escote, un morreo o un argumento malicioso que ni de lejos acertábamos a entender. Y al que se despistaba le caía un Rosario. El nacionalcatolicismo era así de aburrido: se cantaba más en la iglesia que en la calle. De hecho, cantar en la calle en horario nocturno y al margen de los actos programados en el calendario festivo era motivo de sanción y multa contable en aquellas pesetas con la esfinge del Caudillo de España por la gracia de Dios. Los defensores de las buenas costumbres no daban tregua.

Pasado aquel tiempo ceniciento, hoy me llaman la atención esas gentes que se quejan de todo o de casi todo, partidarios de un orden aséptico, que critican la quema de fuegos artificiales porque el estallido molesta a los perros o montan una campaña en redes porque, donde quería ir a parar, los personajes del carnaval rural asustan a los niños con sus rituales y porque van embadurnados en sangre (imagino que rechazarán el carnaval brasileño por exceso de carnes y ausencia de tela). Me parecen comentarios basados en el desconocimiento de la tradición y con un tinte inquisitorial, disfraz que les sugiero para el próximo carnaval. O el de cenizos.