Era Miércoles de Ceniza. Simbólico de la penitencia cuaresmal que aguarda a las arcas municipales. Al dinero de todos. El alcalde Maya, acompañado por su séquito ideológico, procedió a la reapertura de la pasarela del Labrit. Siete años, más de la mitad de su existencia, cerrada. Proyecto deficiente, desastrosa ejecución de obra y mala gestión municipal. En lo estético, la pintura aplicada afea el color original del acero corten. El coste de su reparación ha duplicado de largo el de su construcción. En total, nos ha salido por unos dos millones de euros. La desviación sobre el presupuesto inicial del arreglo, aún imprecisa y por investigar, ha resultado escandalosa. Maya se lavó las manos y se remitió al trabajo de los servicios jurídicos para tratar de recuperar lo invertido. Su compromiso de recuperación fue “sin carga económica para la ciudad”. Pendiente de demostrar. Ha sido su foto de despedida. Invitó a los grupos municipales de la oposición, que declinaron su asistencia. Porque nunca se les permitió una visita a las obras y porque consideraron la reapertura como un acto electoral de UPN. La socialista aspirante a sucederle, Elma Saiz, también tiene un posible cartel de candidatura en ese escenario: el día de la inauguración (como delegada del Gobierno central), junto a la alcaldesa Barcina (responsable de fechorías como la destrucción arqueológica de la plaza del Castillo y el derribo del Euskal Jai) y al consejero foral Corpas (promotor del apenas utilizado auditorio de Javier). ¡Vaya tripleta! La omisión de las preceptivas pruebas de carga por prisas electorales allá a finales de 2010 fue el primer paso de un camino lleno de tropiezos, con cierres temporales y apaños en la infraestructura. Hasta su cierre. Los informes posteriores y el constante descubrimiento operativo de deficiencias provocan bochorno profesional y político. La pasarela del Labrit, abierta. Eso sí, con control de transeúntes: solo “gente normal”.