Tuvimos unos cuantos una entretenida charla en Twitter al hilo de la retirada de la camiseta de Pau Gasol con el número 16 por parte de Los Angeles Lakers de la NBA. Uno, que adora a Gasol desde que debutó en el Barcelona y que se ha tragado partidos de madrugada por el Jugada a Jugada cuando no había televisión en directo, cree que el impulso final se debe más a un efecto amistad Gasol-Kobe Bryant que a los propios méritos del catalán en el equipo, que no dudo que fueron sobresalientes: segunda pieza de un equipo que ganó dos títulos y jugó otra final. Quienes opinaban, por el contrario, que la camiseta estaba bien retirada, argumentaban que sin Gasol ese equipo y Bryant no hubiesen salido campeones. Es posible, no lo niego, pero sigo creyendo que los números de Gasol y su influencia en la historia de los Lakers no son los números y la influencia para ese acto, del que al margen de mi opinión me alegro en el alma. Tal vez el problema es que tenga yo mitificado el hecho de que tu camiseta cuelga de un pabellón, algo que en mi mente solo está al alcance de líderes absolutos de un equipo y no tanto de segundos espadas, por buenos que fueran. Claro, ves que los equipos –en su derecho están– tienen retiradas camisetas de jugadores que tú ni imaginarías –en los Lakers, por ejemplo, Wilkes, un buen anotador pero no una estrella– y no por tanto que ese honor se haya concedido siempre solo a los grandes grandes de la historia. No sé, Gasol puede estar perfectamente entre los 100 grandes de la historia de la NBA, pero, insisto, no sé si sus cifras daban para la emocionante ceremonia de martes a miércoles. Ni siquiera cuando lideraba los Grizzlies dominó el juego al nivel que lo dominó en Europa. Pero bienvenida sea la ocasión de celebrar que, eso sí, el mejor jugador español de siempre nos hizo vibrar durante 20 años a un nivel antes inimaginable y en escenarios inéditos.