Que todo creyente recela de su fe y que cada cual llama amor a lo que puede, estaba yo pensando, cuando, de pronto me di cuenta de que acababa de llegar la primavera. Así que me acerqué a ella y le dije, en plan gracioso: Hola, te estaba esperando. Y ¿qué te crees que me contestó la vieja y astuta reina de las flores? Pues me dijo que no hay nada mejor que lavarse las manos después de haber tocado alguna porquería. Eso dijo. Así que le pregunté si acaso había tocado yo alguna porquería por casualidad sin darme cuenta. Y me contesta: Eso tú sabrás. Qué lista es. No obstante, la primavera tampoco es para tanto, claro. Listilla, sí. Y que la sangre altera, también. Pero la gente se suele agarrar unos catarros de espanto en primavera, Lutxo. Porque te descuidas y te engaña. Es veleidosa. No te puedes fiar de ella, primaveras hay muchas, le digo a Lucho. No obstante, tampoco tantas, claro, me contesta él. De modo que tenemos que volver a hablar de la misma mierda de siempre. Los putos bancos. ¿Otra vez? Sí, otra vez, no se cansan. ¿Los putos bancos no se cansan nunca? –le pregunto a Lucho, a ver si me suelta alguna frase memorable. Y me dice: ¿Sabías que la dentadura postiza que llevaba George Washington en sus buenos tiempos había sido fabricada con dientes arrancados a un puñado de esclavos? Me lo dice con el morro en alto, en plan desafiante. ¿Y qué me quieres decir con eso, Lutxo, viejo gnomo?, le digo. Y me contesta: Pues que así son las cosas, qué te voy a querer decir. ¿Y cómo son?– le pregunto. Y entonces se encoge de hombros con ese peculiar estilo de alimaña que le caracteriza y me contesta: Tristes, cómo van a ser. Pero también hay cosas buenas, a veces, le digo: hoy, por ejemplo, es el día de la felicidad. Y me suelta: Puedes meterte la felicidad por donde más rabia te dé. Y eso hago. Y ya después, me lavo bien las manos, cómo no.