El juego de palabras tiene algunos años menos que yo, lo cual no quiere decir -ni de lejos- que haya envejecido mejor y esté como para tirar cohetes celebrando su buen estado de forma. Si mi recuerdo es correcto, cosa cada vez más improbable, viene de una sección de la legendaria publicación El Víbora. O tal vez de Makoki. No lo sé, pero estoy seguro de que no figuraba en el sumario del ABC. Algo es algo, mira. En todo caso, es un homenaje a mis publicaciones de cabecera antes de que tuviera que hacer sitio en la mesilla para diversas medicaciones, el tensiómetro y el termómetro parlante que pilla la temperatura del cerumen de las orejas en tiempo récord: “Treinta y nueve y medio... ¿A que jode?”. Deberían enseñar a mentir a estos aparatos del demonio.

Bajo al bar a tomar un café. Los periódicos vienen repletos de encuestas preelectorales que arrojan pronósticos variados aunque escasamente sorprendentes. De hecho su lectura resulta tan tediosa que regreso a casa dispuesto a realizar mi propio sondeo en mi entorno.

Ficha del estudio: 

- Ámbito: Mis vecinos, cuarenta células familiares (o no) divididas en diez plantas de cuatro manos cada una.

- Universo: Portal. Individuos de cualquier edad, cualquiera de los sexos disponibles y cualquier nacionalidad.

- Margen de error: Entre amplio y descomunal. Para un nivel de confianza del 95,5% contratar a un gabinete sociológico caro. Fallará, pero así podrá protestar con razón.

- Procedimiento: Ascensor y timbrazo. Encuesta personal anónima (en caso de cambio miraré los buzones)

- Cuestionario: “Visto lo visto... ¿A quién piensa votar en las próximas elecciones, oh infeliz?”

- Fecha: Hoy mismo, que si lo dejo para mañana no hay encuesta.

Comienzo mi sondeo por la letra A del primer piso. Y comienzo bien, porque abre la puerta una ancianita sonriente y afable. La pega es que desde el fondo de su choza surge un olor, mezcla de coliflor hervida y de droguería tras un cataclismo, que invade todo el rellano como una nube espesa y malsana. El recién ingerido café comienza a subir y bajar entre las puertas del estómago y las de la faringe. Resisto, no obstante, como un campeón y consigo mi respuesta: la señora va a votar al Frente Popular, como su padre. Le daría información actualizada sobre las candidaturas, pero no puedo más. Corro al ascensor, vuelvo a casa y doy salida en el baño a mi bulliciosa vida interior. A continuación me tomo una manzanilla (infusión, claro) y vuelvo a mi preguntódromo, si bien en esta ocasión decido empezar por la décima planta. No pienso volver al descansillo del primero hasta dentro de unos meses. Y con máscara antigás.

Poco más de una hora después estoy sentado en mi mesa de sociologizar vecinos con mis valiosos datos ante mí. He reducido el universo de la encuesta declarando a toda la primera planta “zona de incertidumbre”, porque si vuelvo a pisar ese rellano acabaré fatal y pasando la fregona. Y no quiero.

Y ahí van los resultados: El 90 % de los encuestados votará a cualquiera que prohíba hacer encuestas puerta a puerta (infiero que el 10 % restante haría lo mismo si estuviera en casa). Y entre los que no saben, los que no contestan, los que saben pero no contestan y los que contestan pero no saben alcanzo un 90 % de VUS (Vaya Usté a Saber). Admito que no será un gran sondeo, pero me fío más de él que de los del CIS de Tezanos por goleada, ya ven. 

ustedira@hotmail.com