Que la vida es lo que es y nada más, eso ya lo sabemos. Y que, por ende, hay que echarle cuento, eso también, espero. O sea, que echarle cuento a la vida porque, si no se lo echas, la vida en sí, sin más, ya sabemos en qué se queda, Lutxo, eso es básico. Yo de eso no hablo. Yo lo que digo es que, ya que el tiempo pasa y no vuelve más, es mejor tener grandes sueños. Para que no se cumplan jamás, Lutxo, viejo gnomo, no sé si me entiendes. Te tienes que asegurar de que nunca se cumplan. Que siempre estén vigentes. Yo, por ejemplo, he soñado siempre con tener un barco de al menos quince metros. Naturalmente, nunca lo he tenido. Soñaba con dar la vuelta al mundo, claro. Yo solo. Ahora encaramado en la cofa, ahora apostado relajadamente ante el timón. Lo bueno de tener grandes sueños es que, como nunca se llegan a hacer realidad, tampoco mueren. Lo que demuestra, sin grandes alardes, que es como decía mi tío que hay que demostrar las cosas, que yo no tengo nada contra los sueños y menos aún contra las fantasías. No obstante, aquí hay mucha cocaína, ¿no? Digo, en las calles. Y no me refiero a Pamplona, que también, sí. Pero en todas partes. En todas las ciudades de Europa y en el mundo entero. Alguien se está forrando, creo, digo yo. Pero bueno, mejor me callo. Ahora bien, en el puerto de Amberes, el año pasado, llegaron a paralizar cien toneladas. Solamente de cocaína. Aunque, al parecer, ni se notó. Cien toneladas no debe de ser tanto en comparación con lo que se mueve, Lutxo, le digo. Y entonces me confiesa que su mayor sueño ha sido siempre que Osasuna le ganara al Madrid en una final. Y sí, era un gran sueño, supongo, Lutxo. Parecía bastante irrealizable. Lo malo es que ahora corres el riesgo de que, con un poco de suerte, se cumpla pronto y te quedes sin él, le digo. Y entonces me dice que me vaya porahí, que no le agobie. Que ya se inventará otro sueño, por ende, si hace falta.