Está muy de moda construir viviendas de altas prestaciones, consumo cero, etiqueta Passivhaus y eficiencia energética. Crear un parque público de vivienda protegida cuesta una pasta y, además, no se pueden hacer de forma inmediata para cubrir toda la demanda. Lo digo en pleno debate político sobre el acceso a la vivienda y el alquiler social. Movilizar la vivienda desocupada también ayuda. Pero poco se habla de incentivar la verdadera creatividad de nuestros ingenier@s, arquitec@s e IA. En nuevos materiales, en rehabilitación de espacios urbanos, en transformación de edificios vacíos... Seguramente la industrialización de la construcción abra un campo infinito de posibilidades para hacer y deshacer. Y hablando de talentos me quedo con la propuesta del joven ingeniero saharaui Tateh Lehbib, el loco del desierto. Quería construir una casa nueva para su abuela en el desierto y se le ocurrió levantar una con botellas de plástico rellenas de arena. Viviendas para resistir el viento y el agua. La idea llegó hasta ACNUR que aportó financiación para levantar 25 casas más en los cinco campamentos donde habitan 90.000 refugiados saharauis. Cada una requiere 5.000 botellas con arena y para pegarlas entre ellas se utiliza cemento o tierra, y un aislante térmico mezclando tierra y paja. Una semana y cuatro personas de trabajo por casa. En un Tinduf (Argelia) donde las temperaturas en verano superan los 50º y caen a bajo cero las noches de invierno. Ahora trabaja en un proyecto para la producción local de tomates con poca agua. Igual le llamamos.