Tateh Lehbib nació y creció en los campos de personas refugiadas de Tinduf. “Aún me acuerdo de los gritos de la gente cuando veíamos venir una tormenta de arena. Yo viví en uno de los desiertos más inhóspitos del mundo”, relata, echando la vista hacia el pasado.

Este joven ingeniero sufrió en primera persona la huida de los refugiados saharauis al suroeste de Argelia. Él abandonó Tinduf con 11 años para formarse y, después de mucho tiempo, regresó al lugar donde creció con un objetivo claro: convertir el desierto en el que se crió en una zona habitable.

De su infancia, Lehbib recuerda con cariño a su abuela, a quien define como una mujer “valiente” y “sabia”. El joven narra, emocionado, cómo a pesar de las difíciles condiciones de vida, los retos y las barreras, ella siempre supo lanzar un mensaje de esperanza. “Me contaba que fueron obligados a abandonar su hogar y llegaron a un lugar conocido como el ‘infierno’. Me contaba que la tienda en la que vivía tenía muchas cosas de cuero y utensilios domésticos hechos con piel de animal, que usaban muchas plantas para curar las heridas y que ella nunca perdió la fe en que algún día volvería a vivir en su tierra”, expresa Lehbib con el corazón en un puño.

EL PODER FEMENINO

Las mujeres se ocupaban de la parte política, social y económica de los campamentos de refugiados. “Ellas se encargaban de la distribución del agua, de la comida, de la medicina, de la educación... Ellas se encargaban de todo”, destaca Lehbib. Otra de las tareas que dominaban era la construcción. Las primeras personas refugiadas vivían en tiendas de campaña hechas con una tela llamada melhfa con la que se vestían las mujeres. “Hasta la llegada de las primeras carpas de ACNUR, las mujeres cogían telas y cosían, y luego adaptaban las tiendas a su gusto”, recalca.

Posteriormente, empezaron a construir con adobe. Pero la mala calidad de los materiales hacía de las viviendas algo frágil y, con las lluvias torrenciales, todo acababa completamente inundado. Una de esas inundaciones destruyó el 80% de las casas, entre las que se encontraba la vivienda de la de la abuela de Lehbib. “Sentí una pena enorme”, expresa. En ese momento supo que debía hacer algo. Y decidió aportar, literalmente, su granito de arena.

EL LOCO DEL DESIERTO

“Yo quería construir una casa para mi abuela”, subraya el joven. Con la idea de crear un hogar fuerte y estable, se le ocurrió fabricar construcciones con botellas de plástico. “La gente no creía que con botellas de plástico se pudiera construir una vivienda. Me llamaban el loco del desierto”, recuerda Lehbib, casi entre risas al acordarse del apodo.

La zona en la que viven las personas refugiadas en Tinduf alcanza los 50ºC en verano y temperaturas bajo cero durante las noches de invierno. Lehbib buscaba materiales fuertes que resistiesen el viento y el agua, y aunque pocos confiaron en su proyecto, consiguió construirle una casa a su abuela. “Cuando acabé la vivienda sentí como si fuera un regalo. Hasta mis amigos me decían que estaba loco, pero lo logré”, señala el joven saharaui.

“En el desierto hay muchas botellas porque allí no hay agua potable. Cada campamento de refugiados tiene un mercado y un vertedero, y de ahí sacamos las botellas para construir la casa”, puntualiza el ingeniero. Cada construcción requiere 5.000 botellas rellenas de arena y para pegarlas entre ellas utilizaron cemento o tierra, y un aislante térmico mezclando tierra y paja. Tras el éxito de esa primera casa, Lehbib, junto a 20 colaboradores, decidió construir 25 viviendas más, repartidas en los diferentes campos de refugiados ubicados por Argelia.

CAMPAÑAS DE SENSIBILIZACIÓN

Ahora, Lehbib se dedica a impartir conferencias de concienciación. “Quiero demostrar que los recursos locales se pueden aprovechar y que los materiales reciclados sirven para cosas tan necesarias como la construcción de un hogar. Nosotros no tenemos una técnica avanzada para reciclar y reutilizar materiales, pero a todo se aprende”, detalla.

Con el fin de dar a conocer la lucha saharaui y promover una arquitectura sostenible, Lehbib ha acudido esta mañana a la biblioteca de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) para impartir una de sus reveladoras charlas. El joven saharaui ha narrado sus proyectos a los estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la institución académica, quienes han quedado asombrados ante sus experiencias vitales.

Así, el ingeniero continúa aportando su granito de arena a la causa saharaui, que siempre ocupará un espacio enorme en su corazón.