Anda el emérito estos días regateando en Galicia como Pedro por su casa y protagonizando de nuevo el debate político preelectoral. El pobre (es un eufemismo, claro) no comprende cómo el Gobierno y su propio hijo no ven con buenos ojos que se salte su exilio dorado en el golfo al amparo de jeques que amasan petrodólares y pisotean derechos humanos. Y se dedica a entrenar en un barco cuyo nombre le viene al pelo, mientras regatea cuestiones no menores para un exjefe del Estado que amasó de forma inapropiada una fortuna en el extranjero mientras era rey y parte. Porque no se debe olvidar que se libró de una condena en los tribunales porque sus fechorías habían prescrito penalmente o por la inviolabilidad de su cargo. La discreción que algunos le exigen ahora, algo difícil para los Borbones, es peccata minuta con el clamor para que ofrezca explicaciones de sus tejemanejes con las bolsas de dinero y los numerosos fondos en cuentas opacas y paraísos fiscales mientras ostentaba la máxima representación del Estado. La vergüenza ajena alcanza incluso hasta a su hijo, que el día en que el ínclito llegaba a Sanxenxo aludía en un discurso a la necesidad de modelos y referencias éticas. De pedir perdón, ni palabra.