Si han sido puntuales a su cita conmigo, mientras leen esto Juan Carlos Palote el Emérito estará en Sanxenxo (Galicia, el País de las Maravillas) entrenando en un velero con la regia intención de participar en el campeonato mundial de la clase 6mR que se celebrará a finales de agosto en la isla de Wight (Inglaterra, ya saben). Un viaje que se supone absolutamente privado, sin escalas ni siquiera en Madrid para ver cantar a su hijo en La Zarzuela (jajá). Y si no han sido puntuales y están leyendo estas líneas a toro pasado, tampoco se preocupen demasiado porque pese a la velocidad actual de la información, las noticias acerca del exmonarca español siempre traen cola, valga la redundancia. Sutil, ¿eh?

La verdad es que todas estas pachangas del “me llamo Bon... Bor Bon” (estoy seguro de que se presenta así, cachondete él) me fastidian, pero no me encolerizan tanto como a las buenas gentes, cabales y de ley, que circulan siempre por la derecha y son casi capaces de despeñarse por no pasarse al carril izquierdo ni para adelantar. Y no me encoleriza, precisamente, porque me resulta divertido ver a la derechona hispánica dividida entre los del “vete donde quieras, campechano, que a pulso te lo has ganao” y los del “estate quieto que das alas mediáticas a los rojazos”. Así, mientras se dan de garrotazos entre ellos, enterrados hasta las rodillas como los caínes de Goya, están entretenidos los chiquillos y se olvidan por un rato de zurrarnos a los demás.

Además, con la que está cayendo por los cuatro ojetes del globo (no escribo la lista porque todos la conocemos) dar más importancia de la que tienen a las andanzas de un zascandil de bragueta alegre y manos ligeras -también para el dinero- me parece un derroche de energía. Y al precio que está la precitada mejor lo dejamos. Por otra parte, existe una solución simple: que los Emiratos Árabes Unidos se compren Sanxenxo y conviertan todo el pueblo en una legación diplomática emiratosarabesunidostarra (si no me lo compra Euskaltzaindia patento el gentilicio). Un fácil remedio gracias al cual cada vez que el yayo real visitara la localidad, pisaría oficialmente tierra de sus amigotes emires, o emerigotes, resolviendo así cualquier problema administrativo. Cierto que esto podría conllevar algún cambio en las costumbres locales: adiós lacón, adiós jamón asado, adiós ribeiro... hola velo, hola cinco oraciones diarias en lugar de una el domingo y por cumplir. Pero, en fin, como dicen que dijo Robespierre (o Charette, o el listo de guardia aquella jornada de la Revolución Francesa): “no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos”. Todos ellos huevos de otros, añado yo.

De todos modos, insisto, por mí como si naufraga cuando esté navegando. Total, doy por hecho que si no ha racaneado en los sueldos tendrá una legión de escoltas que sepan nadar. Algunas de ellas mujeres, por supuesto, no vaya a ser que haya que practicar un boca a boca y el prestigio viril borbónico se vaya al carajo por una tontería de primeros auxilios. “Mariconadas, las justas”, estoy seguro de que exclamaría, eligiendo la muerte antes que dejarse morrear por un hombre.

En fin, que preferiría que se quedara en aquellos infinitos arenales buscando agua con una horquilla de zahorí, pero, salvo que la siguiente micción fuera de la maceta sea realmente gloriosa, juro no volver a dedicarle ni una línea de atención. 

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