Medio siglo atrás, el mediometraje La Cabina, escrito por Antonio Mercero y José Luis Garci, realizado por el primero y protagonizado por José Luis López Vázquez, constituyó un rotundo éxito televisivo. Una réplica de aquella cabina está reproducida como monumento en una plaza del madrileño distrito de Chamberí. La telefonía móvil ha provocado el desuso de los teléfonos públicos, pero las cabinas estaban protegidas por ley en España como un servicio básico universal. Algunos países han adoptado la decisión de suprimirlas. El Gobierno reiteraba su intento de traspasar la gestión y el mantenimiento, pero el concurso siempre quedaba desierto. No era rentable. Telefónica debía ofrecer una cabina en cada municipio de más de mil habitantes y una adicional por cada 3.000 más. Las cabinas están en sus últimos meses de vida con la nueva Ley de Telecomunicaciones, que también extingue la obligatoriedad de las guías telefónicas. En un lugar tan concurrido como la plaza de Merindades, junto a uno de los pasos de peatones con semáforo más transitados, Pamplona rinde homenaje a la memoria de este mueble. Cabina inútil: sus dos puestos están desmantelados. Cabina sucia: su estructura es un nido de panfletos y garabatos. Una bochornosa ostentación de negligencia. Una exhibición de dejadez. Con más público que el congregado en la ficción televisiva. Una vergüenza con responsabilidades compartidas. Si fuera un elemento icónico como las rojas londinenses, se le podría conceder un uso turístico. Solo parece el punto de encuentro para un itinerario por la suciedad en el tramo alto de la avenida de Carlos III. Los accesos del aparcamiento subterráneo disponen de barandillas de madera (necesitadas de una mano de barniz, por cierto) en lugar de un sistema ciego de protección. Como queda hueco entre la parte inferior de las barandillas y el hormigón de las paredes, una variada suciedad penetra de forma inevitable. Porquería. Difícil de limpiar.