Llevo un mes, prácticamente desde el día en que Osasuna se clasificó a la final de Copa del Rey, intentando convencer a un niño de diez años de que las opciones de ganar en Sevilla son remotas. Vive con mucha ilusión el partido y como padre me preocupa que la decepción pueda ser un trago duro de digerir. Por eso le intento argumentar que el Real Madrid es el Campeón de Europa, que no pierde finales, que tiene mejor equipo que Osasuna y que llega en buen momento a este final de temporada. Pero para cada argumento tiene un contra argumento.

Matemáticamente, me dice, las opciones están al 50%. El Madrid será campeón de Europa sí, pero Osasuna nunca se rinde y tiene muchas más ganas puestas en este partido que el equipo de Ancelotti, que el martes juega las semifinales de la Champions contra el Manchester City. Además, a base de ganar finales algún día le toca perder. Lo mismo que a Osasuna. Si la final de 2005 salió cruz, esta vez puede salir cara. Su lógica, desde luego, es aplastante. Así que tengo que reconocer que no he conseguido mi objetivo. No he logrado que encare el partido del sábado con el realismo necesario para evitar una decepción.

La inocencia infantil pesa más que el pragmatismo adulto. De hecho, al final me ha acabado convenciendo él a mí. Y a estas alturas ya, con la ilusión de un niño, sólo me queda hacer una pregunta ¿Y por qué no?