Hasta que ha irrumpido en nuestras vidas el ChatGPT los comunes mortales no éramos conscientes de las descomunales consecuencias que para la evolución de la Humanidad tiene ya la Inteligencia Artificial IA. Ni en los mejores sueños o en las peores pesadillas de los grandes autores de ciencia ficción se adivinaban cambios tan profundos y a tanta velocidad. La ciencia se ha convertido en el arma más poderosa del mundo y quien la controla ostenta la hegemonía global. En ese terreno de juego hay que enmarcar la batalla entre EE.UU. y China, al que por supuesto, le sigue India, ya el país más poblado de la Tierra o Arabia Saudí, el más rico. En medio de esta lucha silente estamos los europeos, que como casi siempre llegamos tarde, pero que aún tenemos mucho que decir si somos capaces de incorporar nuestro hecho diferencial de civilización en este proceso disruptivo. Nuestra aportación fundamental debe basarse en la confianza que el ser humano debe tener en la IA y eso solo se puede conseguir mediante una regulación adecuada que garantice los derechos y las libertades de las personas, es decir, defendiendo la democracia.

El control público de la IA

Como cualquier otra herramienta tecnológica el debate principal en torno a la IA debe ser el de la propiedad de los recursos. La ciencia o la técnica no es buena o mala, lo es en función que de ella se hace. De la misma manera que no se trata de decir a la comunidad científica que tenemos vértigo de sus progresos y que como no sabemos qué hacer con ellos, que paren las máquinas y no desarrollen nuevos algoritmos. El tiempo no se detiene y el saber no tiene fronteras. De lo que se trata es de canalizarlo hacia fines lícitos y de acuerdo al interés general. Algo que tiene que ver con la esencia misma del Estado Social de Derecho que da principios y valores a los Tratados de la UE y a todas las Constituciones de los Estados miembro. Considerar a la IA un bien público, pues, en gran medida su desarrollo se realiza con inversiones públicas, es el punto de partida para ejercer un control de los recursos con los que cuenta. Pero, al mismo tiempo, obliga a regular cuantos aspectos tienen relación con el uso de la Inteligencia Artificial en nuestras vidas. Estamos hablando de transparencia, calidad del dato, accesibilidad a la tecnología y protección de los ciudadanos como usuarios y consumidores.

Retención del talento

Establecer los límites éticos de la IA es esencial si queremos seguir teniendo el modo de vida libre que nuestras democracias amparan. Pero esa tarea resultará imposible si no contamos con los comités de científicos con suficiente conocimiento para proponer a nuestros representantes políticos cambios legislativos que nos blinden de su uso perverso. Algo que nos lleva a la obligación de retener el talento científico en la UE e incluso a ser posible convertirlo en un espacio de atracción del mismo. La reciente publicación de la compra de cerebros europeos por parte de Arabia Saudí no debería escandalizarnos, sino más bien, despertarnos de la irresponsabilidad con que, sobre todo los Estados europeos, están afrontando la IA. A fecha de hoy el desarrollo de la Inteligencia Artificial requiere del hombre para alimentarse. Nadie puede prever si algún día será plenamente autónoma. Mientras el científico sea necesario, la mejor inversión que podemos hacer los europeos en es mantenerlos, formarles y ayudarles por todos los medios a que desarrollen su trabajo conforme a leyes que respeten los derechos fundamentales.

La ley europea de IA

En este apasionante contexto se inscribe la Ley Europea de Inteligencia Artificial propuesta por la Comisión Europea y actualmente en debate en el Parlamento y en el Consejo. Su finalidad: reforzar las normas sobre calidad de los datos, transparencia, supervisión humana y rendición de cuentas. También, pretende abordar cuestiones éticas y retos de aplicación en diversos sectores, desde la sanidad y la educación hasta las finanzas y la energía. Enfrente, China que le tiene sin cuidado el respeto a los derechos humanos y EE.UU. con sus gigantes, Google o Facebook, que desde su posición de predominio no quieren oír hablar de regulación alguna. Los europeos vamos tarde, pero estamos a tiempo de aportar a la Humanidad el granito de arena más valioso: confiar en la IA para convertirla en fuente de progreso en nuestras vidas.