No nos equivoquemos. Lo importante es el racismo social. Que el dedo no nos impida ver la luna. La idiotez de un niño sin educación se puede superar fácilmente con educación. Pero el racismo como actitud humana, política y también mediática –tampoco vale mirar para otro lado en esa comunión de intereses–, es lo peligroso. Escribí hace solo unos días en esta misma columna unas letras sobre ello, Los delitos de odio y la batalla cultural. Los insultos racistas en Valencia a Vinicius han puesto ahora el asunto en la agenda mediática. Está bien eso. Pero es solo una parte mínima de un problema mucho más grave.

Las actitudes racistas en el fútbol y otros deportes con gran implantación social llevan años siendo habituales. Los casos en la elite de esos deportes son numerosos y conocidos, pero son imposibles de contabilizar en otras categorías inferiores profesionales y aficionadas. Nunca ha pasado nada serio para poner freno a eso. Y ya ni pensemos en el deporte base de esas disciplinas o en los árbitros y árbitras que dirigen esos encuentros deportivos cada fin de semana. El racismo, como el machismo o la homofobia –hace solo unos días la afición del Madrid dedicó cánticos e insultos homófobos a Guardiola en la Champions sin repercusión alguna–, aparecen en los terrenos deportivos, pero en realidad se esparcen en nuestro día a día.

Es imposible saber el alcance real de esas situaciones que sufren de forma cotidiana miles de personas por su condición de diferentes, ya sea por el color de la piel, la tendencia sexual, el género, o la situación socio-económica, entre otras formas de discriminación y exclusión. Una condición social contraria al humanismo y a los derechos humanos que tiene una base ideológica y política. Los hinchas del Valencia que lideraron los insultos racistas a Vinicius son ultras identificados desde hace décadas.

Como los del Madrid que dedicaron insultos homófobos a Guardiola o los cuatro nazis del Atlético de Madrid detenidos por colgar un muñeco representando a Vinicius desde un puente. Hay muchos más casos de aficiones ultras y nazis que campan por esos estadios con la complicidad de los clubes y el respaldo de los mismos medios que ahora están rasgándose las vestiduras por Vinicius. Hipocresía repentina. Pero también hay padres y madres que convierten partidos de niños y niñas en el vomitorio semanal de sus frustraciones personales y eso acaba influyendo en el ser y el comportarse de sus propios hijos e hijas. Seguramente, al Vinicius negro le insultarían con la misma agresividad si fuera blanco y se comportara con la misma inmadurez y falta de educación que lo hace ahora.

Eso y la lastimosa forma en que está arrastrando la imagen, el escudo y la camiseta del Madrid es cosa que atañen al club y a su afición. No está fácil, la verdad. Basta recordar la final de la Copa con Osasuna en Sevilla. Esos insultos serían también inaceptables, incluso aunque no lleven la misma carga de odio añadido que emana de los insultos racistas, homófobos o machistas en el deporte o en cualquier espacio social. Y otro ejemplo más de la ausencia de uno mínimo respeto a la convivencia de quienes los gritan, cualquier chusquero indocumentado bajo los efectos del alcohol, las drogas o la ignorancia que expulsa lo peor de sí mismo como si no hubiera un mañana.