Comenzó con un farsante escándalo de listas y terminó con una anacrónica pillería de compra de votos. Se acabó la campaña de mierda. Cuando escribo esta reflexión dominical siento cierta añoranza de la fascinación de las primeras veces, de aquella expectación de los resultados, la sensación de que mi voto podría haber sido decisivo para darle la vuelta a una situación que consideraba injusta. Hoy iré a votar, por supuesto, cumpliré el trámite de localizar la mesa en la que debo depositar la papeleta con el DNI a la vista. Pero no será lo mismo. Por supuesto, quisiera que ganasen los míos, pero el desencanto de la ya larga experiencia me ha enseñado a dudar de que a partir de mañana nada cambie, o cambie muy poco.

Esta noche, cuando se hagan públicos los resultados, en nuestro caso sabremos qué es lo que prefieren los ciudadanos y ciudadanas de la Comunidad Autónoma Vasca para sus ayuntamientos y diputaciones y los de Nafarroa para su Gobierno y sus municipios. Unos van a ganar y otros van a perder, es ley de vida, teniendo en cuenta que la ley, el orden constitucional, fundamenta nuestra vida política.

Que nadie piense que conocidos los resultados y definidas las alianzas de gobierno todo va a cambiar. Para empezar, debemos convencernos de que los resultados son efímeros porque seguimos en elecciones, siempre estamos en elecciones y eso significa que sigue la bronca, que quienes no han ganado nunca estarán de acuerdo con los que han ganado, que hagan lo que hagan estará mal hecho. Y ello aunque el resultado haya sido la voluntad de la mayoría. Más aún, seguirá habiendo perdedores majaderos que protestarán argumentando que los votantes son tontos.

El desenlace normal de unas elecciones debería servir de reflexión tanto para los que ganan como para los que pierden. Los que ganan, para tener en cuenta las advertencias de los que perdieron y corregir sus deficiencias, porque nadie tiene toda la razón. Los que pierden, para aceptar con dignidad la derrota y no plantar batalla desde el minuto uno. Eso, claro, en la Arcadia feliz porque a partir de mañana me temo que volverán a campar la crispación, el insulto y la mentira. La voluntad popular, lo que expresará la mayoría de la, gente hoy con su voto, será una pesadilla a olvidar, a encubrir con el menosprecio, el reproche y la confrontación permanente. ¿La voluntad mayoritaria de la gente? Anda y que le den. A la gente y, por supuesto, a las personas que la gente eligió.

Hoy vamos a votar para que algo cambie a mejor. Pero como bien dijo el Dante, “Abandonad toda esperanza”. En el ambiente político no van a cambiar ni las faltas de respeto, ni la ausencia de ponderación, ni la mentira, ni los excesos verbales, ni la falta de decencia, ni la algarada callejera. Y todo pinta que va a ir a peor. No nos hagamos ilusiones y, resignados, aspiremos a quedemos como estamos.