Tras una meseta temporal de casi tres años sin convocatoria a las urnas, este domingo comenzamos, con la cita a las urnas municipales y forales (y en Navarra, junto a la esfera política local, con la relevante llamada electoral a la configuración del Parlamento foral y del futuro gobierno navarro) un nuevo ciclo electoral que, tras esta primera estación, nos llevará hacia las elecciones estatales en la recta final de este año 2023 y que culminará, si no median novedades disruptivas, con las elecciones al Parlamento vasco (y también, probablemente, con urna al Parlamento europeo) en junio del próximo año 2024.

Suele afirmarse que los contextos electorales retranquean el actuar político del día a día y activan la maquinaria interna de los respectivos partidos políticos, priorizando la estrategia electoral sobre la gestión. No parecen tiempos fáciles los que vivimos como para dejar de lado la gestión de los complejos retos que como sociedad tenemos que afrontar. Prueba de ello ha sido el rail central de gran parte de los debates que han emergido en esta primera campaña electoral: más allá del debate generado en torno a la composición de las listas de EH Bildu (y que en parte ha trastocado la estrategia de esta formación política, deseosa de poner el acento de su oferta electoral en “otra forma de gestión”), los mensajes de las distintas formaciones políticas han minorado el protagonismo tanto de la dimensión identitaria como el de la territorial o la cuestión de soberanía.

El debate se ha centrado, a la hora de tratar de captar nuestra atención y nuestra elección, en los modelos de sociedad que cada formación política propone, en cómo gobernar en tiempos tan complejos, así como en el ámbito socioeconómico, energético y medioambiental, junto a la vertiente clave de los cuidados, la los derechos sociales y la dimensión de la persona.

Todas las prospecciones realizadas hasta hoy son eso, hipótesis preelectorales, aproximaciones a una realidad que solo hoy recibe contraste y respuesta; la indecisión y la abstención marcan incertidumbres que se despejarán al final de esta apasionante e importante jornada electoral.

Conscientes de ello, ninguna formación política ha querido adelantar de forma explícita sus estrategias pactistas, consciente del coste electoral que pudiera tener anticipar opciones, pero resulta claro que en una gran mayoría de ayuntamientos y en las Juntas Generales (nuestros parlamentos forales) de los tres territorios serán precisos acuerdos de coalición o pactos para vertebrar mayorías que garanticen la gobernabilidad de las corporaciones locales y de los gobiernos forales.

Por eso, además de otras muchas razones vinculadas a nuestra condición de verdadero contrapoder, es importante acudir a votar. Más que nunca. Los derechos democráticos (nuestros votos) son una fuente importante e innegable de legitimidad democrática, aunque lo es más el buen gobierno, y la calidad del gobierno. Una participación activa es positiva para la sociedad y para la política, que tiene una oportunidad para relegitimar su papel transformador.

Las elecciones son el instrumento fundamental de la democracia. En virtud de ellas quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de perder el mismo mediante unos procedimientos establecidos. En este momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidarse, que la política no da más que oportunidades a plazos.