Una de las cosas que más o menos te enseña la vida es a, por desgracia, desconfiar de casi todo, una premisa que llevada al extremo te puede llevar a no confiar en nada, lo cual es una especie de muerte en vida. Pero sí que a desconfiar al menos de cuando algo se te dice de una manera casi unívoca e inequívoca por parte de muchos estamentos oficiales. En esta guerra ruso-ucraniana la propaganda y la mentira están funcionando a tope, por ambas partes, en la medida en que hay varias guerras en juego y la informativa es básica, tanto que el martes, cuando reventó la presa de Kajovka, no pasaron ni 6 horas hasta que la práctica totalidad de países e instituciones occidentales acusaron a Rusia de la voladura, con, evidentemente, las mismas pruebas que tenían para asegurar lo contrario: ninguna. Fue Estados Unidos quien, en un alarde de prudencia, comentó algo más tarde que aún eran muy pronto para analizar quién podría estar detrás o qué habría podido pasar, un argumento que poco a poco –el de la prudencia debida– gana algo de espacio en ciertos sectores. Los medios españoles más destacados no dudaron en que había sido Rusia. Saben la de Dios. Yo, lógicamente, no tengo ni idea de si ha sido Rusia, Ucrania, saboteadores, etc, porque veo a todos capaces de hacer algo así para tanto frenar la contraofensiva ucraniana como para alimentar la alianza contra Rusia y así obtener aún más apoyo. Razones tienen ambas partes para que un asunto de este pelo les pueda beneficiar. Y están en una guerra cruenta y terrible en la que se pueden pasar líneas que puedan beneficiar posteriormente al resultado. La lógica dice que, a simple vista, Rusia puede tener algo más que ganar con esto, pero en incidentes anteriores también se les acusó al instante y luego se fue reculando, así que a saber. El drama es que esto no para, el sufrimiento humano es inmenso y no hay visos de un final a medio plazo.