Cuando terminan las elecciones, todos los partidos repiten el mismo ritual: se reúne el comité ejecutivo para “valorar los resultados”, “reflexionar” y “tomar medidas para mejorar las decisiones futuras”. Aquellos que tienen más opciones de gobernar comienzan las reuniones con otras formaciones para explorar acuerdos que permitan repartirse cuotas de poder, con una gran capacidad de diálogo: “que se ahorren la llamada los que no tienen ninguna posibilidad”. En este caso, es de agradecer tanta claridad y sinceridad, en tanto no son características comunes de este tipo de negociaciones.

La pregunta pertinente no puede ser más clara: ¿cuáles son los principales temas de conversación? ¿Serán las medidas económicas, políticas y sociales que se deben establecer? Claro que no. Es un simple reparto de puestos. No hay más. Así nos va, así nos va a ir. Que si está feo que los socialistas pacten con los extremos, que si está peor que los populares pacten con los otros extremos… es lo mismo; no deja de ser una estrategia para alimentar la polaridad que da de comer a unos y otros. Así se continúa con la estrategia de la patada hacia adelante.

Es un problema social muy grave. Finn Kyland, Premio Nobel de Economía, argumenta que en su país (Noruega) las instituciones no dependen de las elecciones. Eso disminuye la incertidumbre y hace que las inversiones y los proyectos empresariales aumenten, generando prosperidad futura. Al fin y al cabo, en temas políticos sólo se debe contestar a una pregunta: ¿cómo ser competitivos manteniendo un mínimo de sostenibilidad social y medioambiental?

Pensemos en la dimensiones de la cuestión anterior. La competitividad es necesaria para generar riqueza futura. De hecho, es la única forma de afrontar otros problemas que tenemos como sociedad, sean las personas que corren riesgo de estar fuera del sistema, el cambio climático, la soledad de nuestros mayores o la salud mental de todos. Los países más pobres del mundo lo tienen más difícil para afrontar estas dificultades debido a su escasez de recursos. Eso los hace más vulnerables a revoluciones internas, a la violencia o a desastres naturales, esos que están aumentando en frecuencia e intensidad: inundaciones, incendios o terremotos. Sin embargo, nuestros políticos tienen una prioridad más importante. Es algo lógico en términos racionales: cuidar su prosperidad personal. No lo es en términos de bien común: no se toman las medidas más urgentes. En este caso, es tentador aplicar dos estrategias dañinas para la sociedad, las cuales son muy graves.

En primer lugar, fomentar enfrentamientos entre personas. Unos son de extrema derecha o derecha extrema. Los otros, de extrema izquierda o izquierda extrema. En Estados Unidos, por ejemplo, está bajando de forma preocupante la cantidad de matrimonios realizados entre republicanos y demócratas.

Es más: algunos estudios (desconozco cómo se hacen) demuestran que las citas sociales en las que se juntan personas de partidos políticos diferentes duran menos tiempo. La segunda estrategia dañina es el aumento incontrolado de las deudas. La subida actual de tipo de interés se ha trasladado a las hipotecas: en algunos casos pueden pasar de 500 a 800 euros. ¿Cómo va a afrontar eso una persona que viva sola y tenga un sueldo de 1.200 euros? No hay manera. Desde luego, de este problema social y las formas de afrontarlo no se ha comentado nada en la campaña electoral. Nada de nada. Ahora vamos a trasladar la subida de interés a la deuda pública: el pago de intereses podría rondar los 40.000 millones de euros. Es una magnitud tan enorme que somos incapaces de visualizarla. Claro que una vez más, eso no preocupa a los políticos: a ver cuáles son los regalos para la próxima campaña electoral.

Todavía hay más: un país con alta deuda ahuyenta la inversión. Aunque siempre esté la opción remota de la suspensión de pagos, la deuda hay que pagarla. Eso implica que tarde o temprano se subirán los impuestos para poder afrontarla. En ese caso, ¿quién arriesga su dinero en un país con incertidumbre fiscal? Muy pocos. Meditemos: siempre se comenta que es necesario un pacto global para la educación. Lógico. Sin embargo, es imposible alcanzarlo: tarde o temprano el partido en el poder dirá que eso es debido a su capacidad de generar consensos, y el de la oposición no desea someterse a ese relato. Bien; de la misma forma debería realizarse un pacto fiscal de mínimos, aunque sea para que los inversores supieran a qué atenerse. Por la misma razón anterior, nunca se hará.

Volvemos a los medios, revisemos las noticias. ¿Qué tipos de pactos habrá previos a las elecciones de julio? ¿Qué tipo de gobiernos veremos en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos?

Continúa el circo. ¿Y nuestra competitividad? ¿Y nuestra sostenibilidad?

¿Y nuestro futuro?

Economía de la Conducta. UNED de Tudela