El poeta Antonio Gamoneda decía que en poesía todo es símbolo. En la vida, a veces, también. Al menos ayer. El acto se inició en euskera, reconociendo la diversidad y pluralidad de Pamplona para a continuación pasar al juramento o promesa del cargo. Unos concejales en un idioma, otros en otro y unos pocos en las dos lenguas oficiales de Navarra; por imperativo legal una parte y otra poniendo a Dios por testigo.

Una vez constituido el Ayuntamiento, llegó el momentico y las papeletas depositadas en la urna terminaron con las dudas de quienes, a esas alturas, dudaran. Apoyo para uno, apoyo para otra hasta el empate a once que –al ser la lista más votada y gracias a los cinco votos en blanco de los socialistas– impulsa a UPN de nuevo a la alcaldía de la ciudad. Fin de los misterios, si es que alguna vez los hubo, fin de las ilusiones para una parte nada desdeñable de ciudadanos.

Bienvenidos a otros cuatro años de gobierno en minoría que, como mucho, contará con el 40% de los 27 sillones municipales, sin capacidad para aprobar presupuestos y enfrentado a una mayoría progresista. En estas, las primeras palabras de la nueva alcaldesa hablaron de responsabilidad y ambición. Dijo que es la hora de Pamplona y todo lo que dijo, todo, lo dijo en castellano. Eso también es símbolo.