Llegó el cartel de los toreros con renombre y con él los grandes éxitos. Siete orejas siete. En este resultado tuvieron que ver, sin duda, los toros de Fuente Ymbro que nobles, fijos en ocasiones, sin fuerzas en la gran mayoría de los casos, se dejaron hacer sin plantear grandes problemas. Y así se hace la tauromaquia de hoy. Con un toro que molesta poco y permite mucho. Ojo, que no quiere decir que a este tipo de toros los pueda torear cualquiera, pero sí que sus características facilitan mucho las cosas y sobre todo cuando quienes se ponen delante tienen oficio. De las condiciones de los toros daba buena cuenta el trato que se le dio en el caballo.

El acto de picar, lo que se dice picar, sólo se practicó en el que cerró plaza. En los demás, la suerte de varas fue un trámite. Un trámite que ya hace tiempo que es habitual en ciertos casos. Y con esas condiciones de toro, se ponen los toreros de cierta fama a torear con mucha técnica, en ocasiones hasta con belleza. Y entonces, ¿el problema cuál es? El problema, sin duda, es la falta de emoción de muchas faenas. Y esta fiesta necesita emoción: es la base de todo. Cuando los toros no la tienen, y los toreros se ponen bonitos, suele quedar esa percepción de vacío, de sosería, de arte adocenado. Al tendido llegaron ayer algunas faenas, las que fueron premiadas con dos orejas: la de Perera al segundo de su lote, la de Marín al sexto de la tarde que se entregó cuando el torero lo llevó desde los medios hasta el tercio.

Allí surgió lo más bello de la tarde, el toreo con la mano izquierda, a toro entregado, elástico, con recorrido completo. Los tendidos entraron en el juego de ese toro y Marín supo darle a la galería ciertos alardes de valor una vez que supo que lo había cuajado. Se mató bien la corrida. Seis astados, seis estocadas, dos faenas de calidad, y siete orejas. Eso sí, la emoción para sustentar todo esa profusión de éxitos apenas se vio.