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Mesa de Redacción

Félix Monreal

Justicia para Ibáñez

Justicia para IbáñezEP

Si los premios gordos, los de alfombra reluciente y gente de alcurnia, no persiguieran tanto el darse lustre como el reconocer los méritos y el impacto que tiene la obra de un autor en la mayoría de la gente, si hubiera justicia, Francisco Ibáñez habría sido galardonado antes de su muerte con el Premio Príncipe de Asturias o con el Nobel.

Ibáñez, como otros dibujantes de tebeos, enseñó y animó a leer a generaciones. Antes de que cayeran en mis manos Los siete secretos, Las aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Sandokán o Corazón (libros que todavía conservo) aprendí a leer en los tebeos. El TBO, Jaimito, Pumby…, eran lecturas inacabables, repasadas una y otra vez, intercambiadas con los amigos. Comenzabas por ahí, y luego saltabas a Roberto Alcázar y Pedrín, y al Capitán Trueno y a El Jabato. Ibáñez no solo inyectaba con sus personajes el veneno dulce por la letras sino que introdujo a los protagonistas en lo cotidiano. Así, un miope acusado es un Rompetechos, un currito que hace chapuzas un Pepe Gotera o para describir un barullo colectivo se recurre a 13 rué del percebe. Más de 50.000 páginas quedan como testimonio de su aportación. Y millones de lectores. Quizá ese haya sido su mejor premio.