La cercanía de la cita con las urnas está tensionando sobremanera una campaña electoral en la que, como viene siendo habitual, predominan las broncas, los exabruptos, los ataques personales, la exhibición impúdica de datos inexactos y las mentiras interesadas. De programas, apuestas de futuro o legislación pendiente poco se está hablando. La derecha, envalentonada por los tracking demoscópicos, ha bajado al barro para resucitar sus mantras (ETA, inmigración, pensiones) buscando una polarización que envalentone a los más ultras y evite la racionalización del proceso de elección del voto.
Prepotente y arrogante, Feijóo se pone de perfil ante los temas de estado no busca ganar los comicios, sino que Sánchez los pierda. La izquierda echa el resto en busca del voto indeciso y la movilización ante la entente postelectoral de PP y Vox para llegar a La Moncloa. Los gurús socialistas y de Sumar están convencidos de que el bloque ganador se decidirá en función de la adjudicación del último escaño en ocho o diez circunscripciones. Y confían en que el voto oculto esta vez sea de izquierdas y se movilice ante la amenaza del PP más ultra desde Fraga. Incluso hay medios que hablan de una “bomba” que afectaría a Feijóo, le hundiría y daría un vuelco a las encuestas. La guerra electoral llega a su fin.