Dice la RAE que un tópico es un “lugar común, idea o expresión muy repetida”. En todas las elecciones sus candidatos destacan la trascendencia de la cita. Les va la vida en ello. Así que puede sonar a topicazo, pero es del todo cierto que los comicios de este domingo son cruciales, por la senda regresiva que delinea el dueto PP-Vox, y por las consecuencias de una coalición con la extrema derecha que ya no resulta inverosímil. Desde las Generales del 82, el PSOE ha sido desalojado de la Moncloa en dos ocasiones, ambas entre evidentes síntomas de agotamiento de su proyecto. La primera en 1996, tras 14 años de mandato, y la segunda en 2011 tras 7 años y medio de Gobierno. Sánchez lleva de presidente un lustro, desde 2018. El primer año y medio, fruto de una moción de censura. El resto como presidente de un Ejecutivo de coalición novedoso, con peso a su izquierda. Desde aquel 2018 el Partido Popular ha pasado por cinco hitos, en busca de una acelerada recuperación del poder central. El primero, radicalizarse con Casado, en un discurrir paralelo al crecimiento de Vox. El segundo, llevar esa deriva a un clamorosa rentabilidad en Madrid, con Díaz Ayuso desde el 28-M con mayoría absoluta.

El tercer jalón, la defenestración exprés de Casado tras su crisis con Ayuso. El cuarto, la mayoría absoluta de Juanma Moreno en Andalucía, y el quinto la llegada de Feijóo a Génova, que en 2020 había obtenido su cuarta mayoría absoluta en Galicia. El hoy presidente y candidato del PP, versión en superficie de pátina más presidenciable que Casado, se ha lanzado a pactar con Vox, y a construir una pista de aterrizaje con el partido ultra, desmintiendo su cartel de teórico moderado. Lo seguro es que Feijóo intentará desgastar al PSOE con el asunto de la abstención si la combinación aritmética le resulta propicia para ello en una noche que narrativamente puede dar mucho de sí, o no, si Sánchez responde a las expectativas más optimistas de los socialistas y conjunto del bloque progresista carbura. Si Feijóo fracasa, sabe que no tendrá muchas más balas: conocedor en primera instancia de la crueldad con la que se ejecutó políticamente a Casado.

Enfrente el propio Sánchez, que unió su supervivencia en 2016 a Rivera, luego a un Peugeot 407, después a Iglesias, y ahora a Yolanda Díaz, la líder de Sumar, formación que en buena medida a deglutido a Podemos en otro ejemplo de la crueldad política, esta vez a la izquierda. Sánchez y Díaz no van en ticket, pero lo parecen. Hasta el punto de que en Sumar hablan de “ganar las elecciones”, como si la marca de la nueva formación fuese la conclusión de ser parte inseparable de la matemática con el Partido Socialista. Sánchez y Díaz empastan y se sincronizan bien. Su respectiva hoja de servicios ha generado a la par reconocimiento y crítica en buena parte del progresismo, espacio plural que no se puede entender sin otras formaciones, pero cuyas líneas maestras se contraponen de forma abismal con la hoja de ruta del potencial socio de Feijóo, Santiago Abascal. En síntesis, el avance o la evolución hacia una sociedad más libre, justa y vertebrada, o la regresión hacia dinámicas que aspiran a envenenar la convivencia, regadas de un nacionalismo español agresivo y excluyente, que denigra a todos los partidos que lo ponen en cuestión. Nacionalismo que se envuelve de autoritarismo o de planteamientos supuestamente éticos, que no resisten un examen contrastado.

El final del terrorismo de ETA debería haber extendido la templanza política, pero lejos de ello, la derecha se ocupa de convertirlo en una lanzadera electoral arrojadiza con un componente ruin, deshonesto con la realidad, y desmemoriado, porque aspira al ventajismo ideológico, no a avanzar en una cultura verdaderamente democrática. Finalizado aquel drama de la violencia, lo que en el fondo horripila hoy a la derecha es el avance de cualquier senda plurinacional, a pesar de la Constitución del 78. La carestía de una derecha liberal, explica el por qué de las dificultades del conservadurismo hispano de asumir el camino de la pluralidad, la igualdad y libertad de oportunidades, o el cuidado público de la fraternidad, como base de una cultura política entre diferentes. Más allá de estas disquisiciones, no sé si convendrán conmigo la pertinencia del siguiente ruego.

Quien se considere progresista y no vote este 23-J a cualquiera de las formaciones que han construido una mayoría parlamentaria, si al final gana la derecha, absténgase en los próximos días de quejidos, rasgados de vestiduras o manifestaciones de indignación. Por vergüenza y por decoro, el lunes ‘stop lamentos’.