Pedro Sánchez, pero sobre todo sus gurús y su círculo de confianza no tienen otra tarea en este tórrido mes de agosto que diseñar un plan para que Junts, un partido que en las últimas legislaturas ha estado instalado permanentemente en el no y cuyo líder está en Bruselas prófugo de la justicia española por causas políticas, se avenga a facilitar la investidura del actual presidente en funciones para frenar la llegada al poder del PP del mano de la derecha aún más ultra.

Puigdemont no se cansa de repetir que no pone ultimátum a la hora de dialogar, pero su referencia constante a la amnistía y al referéndum de autodeterminación suponen dos líneas rojas de grueso trazado que hace difícil que incluso Sánchez –maestro de los pactos casi imposibles– consiga atraer al partido catalán a la mayoría progresista de la investidura. La clave la tienen los propios independentistas catalanes, que deberán optar por hacer política tras su anterior estrategia y su pérdida de influencia en favor de ERC o por seguir fuera del juego parlamentario, favorecer la teoría del caos y acudir otras elecciones generales antes de fin de año de resultados inciertos para quienes no apuesten por la gobernabilidad y por facilitar un Ejecutivo progresista ante el avance de un Feijóo que se echará en brazos de Vox con tal de llegar a La Moncloa. Pasándose por el forro el cordón sanitario que la mayoría de sus colegas europeos establecen de forma convencida y eficaz para evitar que la ultraderecha acceda a cotas de poder hasta hace poco impensables. Esta búsqueda de una fórmula para atraer a Junts al bloque progresista tiene escaso margen por la situación procesal de su líder y porque el propio partido está enfrascado en una pugna con ERC por liderar el soberanismo en Catalunya, aunque con diferentes caminos y estrategias. Como escasa es la capacidad de maniobra de Sánchez ante las propuestas de máximos del expresidente de la Generalitat. De fondo, el modelo de Estado diseñado en el 78 que merece la pena una reflexión para su revisión y un nuevo encaje de las realidades catalana y vasca. El tiempo todavía no apremia y la experiencia indica que se agotarán los plazos hasta bien entrado agosto ante el posible acuerdo. Eso o nuevas elecciones y quedar ante los suyos y su electorado como responsables de un hipotético triunfo de las derechas de PP y Vox.