En política, el manejo de los tiempos siempre ha sido muy importante. Con frecuencia ocurre que lo que hoy parece ser inalcanzable, semanas después es probable y termina convirtiéndose en una realidad. En esto ha debido estar pensando Feijóo desde que el 23 de julio su candidatura fue la más votada. Es hasta cierto punto comprensible que, en su tesitura, haya tratado de analizar todos los escenarios posibles. Pero ese trabajo debería tenerlo ya hecho, porque no es tan difícil hacerlo.
En el Congreso de los Diputados sólo tienen representación 11 siglas. Tres de ellas (Vox, Coalición Canaria y UPN) ya le han traslado su insuficiente apoyo; con otra (EH Bildu), el propio PP no va a hablar, y otras dos (PSOE y Sumar) comparten el Gobierno que él quiere jubilar. Por lo tanto, solo le quedan cuatro para convencer: ERC, Junts, PNV y BNG. A estas alturas de la película, todo el mundo sabe que ninguna de estas cuatro va a propiciar su investidura. La pregunta es sencilla. ¿Con todas las cartas sobre la mesa es necesario esperar hasta el 26 de septiembre para la celebración del debate de investidura? Claramente no. Salvo que se quiera tirar un mes a la basura, que es clave para intentar que quien gobierne en 2024 disponga de presupuestos.