Se equivoca. La camisa no está sucia. Tampoco las gotas que salpican el pantalón son manchas provocadas por la torpeza. No han caído ahí por descuido o por prescindir de la servilleta. En otras circunstancias hubiera recurrido a un spray, a un líquido absorbente o a cambiar de ropa. Ahora no. Esos lamparones como pinceladas impresionistas son hoy un signo de ostentación, como lucir un Rolex de 20.000 euros en la muñeca. Me lo puedo permitir. Por si no se ha dado cuenta, puedo comprar aceite e incluso dejar escapar alguna gota que hubiera regado la ensalada o freído un filete. Un derroche en los tiempos que corren.

El litro lo dispensan en los supermercados a precios que superan los 7 o 8 euros. Una subida del 35% durante el año en curso. Un artículo de lujo. Mucho están tardando los reponedores en proteger las botellas en las estanterías como hacen con los sistemas antihurto de los vinos de gran reserva. En poco tiempo habrá mercado negro. Hasta la humilde aceitera parece una caja fuerte. La dieta mediterránea se pone a dieta mientras adelgaza la economía familiar. Así que no pienso meter la camisa en la lavadora. Mis buenos euros me ha costado esa mancha.